jueves, 6 de noviembre de 2025

1999: ¡GUERRA TEXAS-ISRAEL!, de Howard Waldrop y Jake Saunders (EDAF)

Título:
1999: ¡Guerra Texas-Israel!
Autores: Howard Waldrop (1946-2024); Jake Saunders (1947-)
Título original: The Texas-Israel war: 1999 (1973 en revista, 1974 en libro)
Traducción: J. Rodríguez Durán
Cubierta: Dean Ellis (il.)
Editor: EDAF Ediciones-Distribuciones (Madrid)
Fecha de edición: 1977
Descripción física: 305, 2 p.; 11x18 cm.
Serie: Colección Ciencia ficción #6
ISBN: 978-84-7166-376-4 (84-7166-376-7)
Depósito legal: M. 244-1977
Estructura: “Quién es quién en la guerra texano-israelí”, dedicatorias, 32 capítulos, [“Títulos de la colección”]
Información sobre impresión:
Imp. FARESO - Paseo de la Dirección, 5 - Madrid-29
 
Información de cubierta:
Rebeldes texanos han raptado al Presidente de los EE.UU. Su futuro, y el del país, depende de una banda de israelíes cuyo coraje ha sido bien probado en otras guerras.
 
Información de contracubierta:
El 12 de agosto de 1992, el pequeño arsenal nuclear de Inglaterra se descargó sobre Irlanda, Suráfrica y, finalmente, sobre China. Instantáneamente, el planeta estalló en llamas. En la primera mitad del año, al que se llamaría el de la Guerra del 92, la mitad de la población de la Tierra pereció. Los Estados Unidos fueron reducidos a un vasto territorio escasamente poblado —y más grave aún, Texas se había separado de la Unión, y con ella quedarían sus valiosas reservas petrolíferas—. En contraste, Israel, virtualmente indemne en un mundo asolado por la guerra, vivía agobiado por una superpoblación.
Ello indujo a Sol Inglestein y Myra Kalan a emigrar a América buscando un lugar donde establecerse. Como mercenarios de la Unión en su guerra con Texas, les fueron prometidas tierras a cambio de sus servicios. Comandando sus polvorientas y veteranas tropas hacia el corazón de Texas, Sol y Myra encabezan la Operación King. Misión: rescatar al Presidente de los Estados Unidos.
 
MI COMENTARIO:
Después de la Tercera Guerra Mundial, ocurrida en 1992, Estados Unidos está mayormente devastado. Texas se independiza y el resto de la Unión trata de recuperarlo. Para ello contrata a un grupo de mercenarios israelíes que utilizan armamento antiguo (sobre todo tanques de la Segunda Guerra Mundial) para colaborar con las tropas federales en la invasión del estado díscolo. En mitad de la misma, reciben la visita de agente Splevins de la CIA, que les impone una nueva misión: rescatar al presidente Clairewood, tomado prisionero por los texanos, y devolverlo a la capital, donde su puesto fue ocupado por el traicionero vicepresidente Mallow, quien intenta pactar con los separatistas para retener el poder a cambio de reconocer a Texas como país independiente. Falseando su identidad, logran infiltrarse en el fuerte Deaf Smith, donde está el prisionero, pero se enfrentan al coronel Kilburn (“parecido a Erich von Stroheim”), encargado de la seguridad y el espionaje de la zona. Pertenece a los S.A., “Sons of Alamo” (Hijos del Alamo), la rama paramilitar de la República de Texas, reconocible por sus camisas celestes (“la cosa más cercana a una Gestapo que haya existido en el continente de Norteamérica”, dice un desertor). Uno se da cuenta que el principal interés de los autores es experimentar con un eventual enfrentamiento entre los mejores guerreros de Israel y la sádica extrema derecha del sur de EEUU.
Esta novela bien supo ser un oportuno intento de explotar el interés en la maquinaria bélica israelí tras la guerra de 1973. Curiosamente, también profetiza un gran conflicto árabe-israelí en 1982, el cual terminó ocurriendo en el Líbano. La tapa ilustra un encuentro con amerindios cabalgando, lo que efectivamente ocurre durante el avance israelí, pero que es dejado de lado luego de unos pocos párrafos. Tiene momentos absurdos y confusos, pero la lectura es divertida gracias al semblante pintoresco de los combatientes y a esos amortizados tanques que dan dura batalla hasta ser destruidos por armas más avanzadas (uno no puede dejar de pensar en la masiva destrucción de tanques rusos en la actual guerra de Ucrania). La parte que más me gustó es la recapitulación del final del mundo conocido en 1992:

«Ése es mi escuadrón; un espejo de la locura del mundo» —pensó Sol, volviéndose filosófico, ahora que su cabeza se había aclarado—. Y una pequeña duda. ¿No se podría remontar la guerra del 92 a los fanáticos en el Eire, y el apoyo de la ávida china? Conducidos por un monumental fanático que se creía a sí mismo Finn McCould reencarnado, los rebeldes habían conquistado el norte, expulsando a los protestantes, y eventualmente amenazaban a la misma Inglaterra. La guerra angloirlandesa había derretido la bomba de la Tercera Guerra Mundial cuando los comandos de Mc Coullian contaminaron los suministros de agua de las mayores ciudades británicas. El contaminante era un híbrido de LSD 25. En horas, la mayor parte de Inglaterra era atrapada por un trastorno insano. Y lo peor estaba por venir. Muchas de las autoridades civiles y militares británicas habían perdido su habilidad para tomar decisiones lógicas y racionales. El primer ministro Branhall, después de ahogar a su hijo menor y violar a su hija, apareció ante el Parlamento para pedir el uso de armas nucleares contra Irlanda. También urgió ataques nucleares contra los aliados no combatientes. China y África del Sur, quienes habían respaldado al Eire con apoyo y armas. Entre el clamor y la confusión, la declaración fue aprobada, aunque en el proceso, el primer ministro y varios de sus partidarios habían sido derrotados por la oposición. Poco después, los generales ingleses —no todos bajo la influencia del LSD 25— presionaron los botones que lanzarían los misiles.
A las 11.25, hora de Greenwich, el 12 de agosto de 1992, el pequeño arsenal nuclear británico caía sobre Irlanda, luego sobre África del Sur y, finalmente, sobre China.
Los perros de la guerra estaban desatados. Simultáneamente. China y África del Sur declaraban la guerra contra Inglaterra. Canadá, con otros miembros de la Commonwealth, respaldaba a Inglaterra al declarar la guerra a las tres naciones enemigas. Los países hicieron uso de los compromisos de pactos y tratados de mutua defensa. El Mercado Común se rompió como un espejo cumpliendo su sino. Los Estados Unidos se retiraron buscando el aislamiento. Pero tres días más tarde se hizo un participante mal dispuesto al lado de Inglaterra cuando los misiles chinos, destinados al cinturón de trigo canadiense, erraban en el corazón de los Estados Unidos. Estas detonaciones de los misiles dieron a América su primera real muestra de estado de guerra biológica. Bacterias y virus patógenos volaron en las corrientes de aire y pasaron invisiblemente las fronteras de los estados, llegando hasta el lejano Utah. Las cosechas se marchitaron, al igual que las personas.
[...]
Israel estaba lejos; era la única potencia nuclear no en guerra. Tenía sus viejos, familiares enemigos, pero con pocas razones para temer. Rusia, anterior firme defensor de las naciones árabes, era ahora un firme aliado de los Estados Unidos. El oso, ansioso por el continuo empuje americano contra los chinos, no quería enemistarse con los Estados Unidos al apoyar otro yihad árabe contra la nación de Israel. Ni el compacto de las naciones árabes quería tampoco moverse. Aun Al Fatah y los fanáticos del FLP estaban demasiado conscientes del arco nuclear israelí, pendiente y esperando.
[...]
En el primer año, la mitad de la población mundial murió. Los hongos destruyeron los campos de trigo en el Oeste y el vapor de arroz mató las cosechas del Este. El hambre se juntó con las enfermedades y la peste. En 1994, nueve de cada diez personas habían muerto.
La economía especializada americana se desplomó. El resto del mundo la siguió. Siete años después de que la guerra empezara, pocos aviones había que funcionaran. Aun los ejércitos tenían dificultades reponiendo equipo. Aunque las fábricas sobrevivían, carecían de fuerza manual.
La unidad de Sol estaba entre las últimas que poseían tanques modernos. Cuando la parte pesada se agotara, el campo de batalla quedaría para la infantería. Al avión le llegó ya el sino del tonto. Al final los dos conglomerados de grandes países se parecían a hombres que, habiéndose herido mutuamente, se arrastrarían y lucharían a mano hasta la muerte.
[...]
Una cita vino a la mente de Sol, Jeremías 31:15: «Por esto, dijo el Señor, una voz fue oída en Ramah, lamentaciones y amargo sollozo. Raquel sollozaba por sus hijos, negaba ser confortada por sus hijos, porque no eran sus hijos».
«¿Quién lloraría por el hombre cuando el hombre no es tal?» —se preguntó Sol, frotándose la dura punta de la nariz. Raquel está muerta. ¿Quién llorará?

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