viernes, 21 de abril de 2017

UN FRAGMENTO DE MIEDO, de John Bingham (Emecé)

Título: Un fragmento de miedo
Autor: John Bingham (1908-1988)
Título original: A fragment of fear (1965)
Traducción: Nélida Mendilaharzu de Machain
Cubierta: José Bonomi (il.)
Editor: Emecé Editores (Buenos Aires)
Fecha de edición: 1968-05-06
Descripción física: 167 p.; 11x18,5 cm.
Serie: Colección El séptimo círculo #203
Estructura: noticia sobre el autor, 14 capítulos
Información sobre impresión:
Este libro se acabó de imprimir en Buenos Aires el 6 de mayo de 1968, en los talleres de la Compañía Impresora Argentina, S.A., Alsina 2049.

Información de contracubierta:
Una bondadosa anciana asesinada sin motivos aparentes: he ahí un enigma que James Compton —escritor de novelas policiales— se ve impulsado a resolver. Todos a quienes se dirige en busca de datos para aclarar el misterio le aconsejan que abandone la tarea. Compton tiene, de pronto, la sensación de que es vigilado y perseguido. Así, su primitivo interés se va trasformando paulatinamente en terror, el terror de una persona sola en una selva de enemigos desconocidos. Un terror que Bingham logra trasmitir magistralmente a sus lectores a medida que se avanza en la lectura de esta notable novela policial.

“Noticia” al inicio del libro:
John Michael Ward Bingham (Lord Clanmorris) nació en York, Gran Bretaña, en 1908. Se educó en Cheltenham y en Francia y Alemania. Está casado con Madeleine Ebel, con quien ha tenido dos hijos. Periodista de vocación y profesión, ha colaborado en el Hull Daily Mail y en el Sunday Dispatch. Prestó servicios en el Ministerio de Guerra desde 1940 a 1946 y en Alemania de 1946 a 1948.
En el catálogo de sus obras se destacan: My Name is Michael Sibley, Five Roundabouts to Heaven, The Third Skin y Murder Plan Six.

ADAPTACIÓN CINEMATOGRÁFICA:
Richard C. Sarafian fue el encargado de llevar la novela de Bingham al cine. Fragment of Fear fue estrenada en 1970; los protagonistas fueron David Hemmings (Tim Brett), Gayle Hunnicutt (Juliet Bristow), Wilfrid Hyde-White (Mr. Copsey), Flora Robson (Lucy Dawson), Adolfo Celi (Signor Bardoni), Roland Culver (Mr. Vellacot) y Daniel Massey (Maj. Ricketts). En español se conoció como Los pasos del miedo.



MI COMENTARIO:
No había pensado que este libro era de espionaje. Siempre pensé que era una novela más de suspenso y misterio (tiene ambos en grandes cantidades) o una novela policial (hay policías y falsos policías en su trama). Pero cerca del final las desventuras de su protagonista viran hacia la intriga internacional y la infiltración de agentes extranjeros en la Inglaterra de los años ’60.
James Compton es un escritor de novelas policiales que se encuentra de paseo por el sur de Italia. Se siente fuertemente atraído por el asesinato de Lucy Dawson, una anciana inglesa que muere asesinada cerca de las ruinas de Pompeya. Dispuesto a conocer las posibles causas de esta muerte y escribir un libro al respecto, viaja a Londres y entrevista a varias conocidas de la occisa. En un viaje en tren, tiene una extraña conversación con una mujer que insinúa su deseo de suicidarse. Esta mujer le entrega un sobre y desaparece en la noche. Compton abre el sobre en su casa, y descubre una nota que le intima a abandonar su investigación; estupefacto, se da cuenta que la nota fue escrita con su propia máquina y guardada en uno de los sobres de su propiedad. A la mañana siguiente, recibe una llamada telefónica de un hombre sin identificar, que le recuerda la carta y le vuelve a intimar para que no siga inmiscuido con el asesinato de Dawson. Poco después, recibe la visita de un sargento de policía, encargado de comunicarle que una mujer lo ha denunciado por insinuaciones sexuales. Era la chica del tren. Compton aprovecha la ocasión para contarle al agente lo sucedido hasta el momento, incluso le entrega la carta. Su desconcierto es mayúsculo cuando, en la comisaría, le informan que ese agente no existe...
Nadie es lo que parece ser. La intriga del libro no para de crecer, hasta Compton termina dudando de su salud mental. Pero nada detiene su interés por el tema que lo desvela, ni siquiera los pedidos de su novia. Quizás la faceta más atrapante de este improvisado investigador sea el vértigo hacia el vacío y la muerta que se apodera de él. En cada instancia de su aventura pudo haberla abandonado y ponerse a salvo. Pero el miedo que lo va invadiendo no hace más que estimularlo, no tanto en su búsqueda de la verdad, sino en el gusto del peligro y la zozobra, por más que eso pueda significar el dolor y la muerte.
Cerca del desenlace, Compton reflexiona:

El hombre común, hasta el más humilde —sobre todo el más humilde—, se considera seguro en su oscuridad y en su relativo anonimato. Dejadme vivir, dice, dejadme labrar el suelo y no me ocuparé de nada que no sea lo mío. Pero nunca estuvo a salvo, no lo está ni lo estará jamás, pensé.
Un inocente y breve paso, aun por caminos conocidos, y entra dentro del radio de visión de ojos que acechan desde las profundidades de la jungla circundante. Y si presta atención podrá oír el crujido de dientes y el rumor de cuerpos que se deslizan en la espesura. Hará bien en mantener su lanza en ristre y persignarse, o mirar en dirección a la meca, o tocar su amuleto pagano.
Los hombres deben luchar; unos ganan y otros pierden, como había perdido yo.
Porque mientras más grande es la causa, tanto más grande será la tiranía que erigirá luego para defenderse. Antes de que surgiera el noble y sagrado concepto de la democracia completa, un hombre podía viajar por doquier sin mayores impedimentos; mientras que ahora se ve encajonado por fronteras, pasaportes y visados y muros, e interdictos, y leyes, y policías... todo para preservar la libertad del individuo.
Y en algunos estados monárquicos se podía gritar “¡Abajo la monarquía!”, y en algunas democracias estaba prohibido gritar “¡Abajo la democracia!”, y bajo una dictadura no se podía gritar “¡Abajo la dictadura!”, y todo, todo, en pro de la libertad del individuo.
Por eso el ciudadano corriente debe mantenerse alerta, no debe admitir que lo lleven por delante y, si es preciso, debe luchar, como lo ha hecho en todos los tiempos, aun cuando su lucha termine en el martirio, o sea breve y nada heroica como había sido la mía. Todo es un aporte.

Ojalá todos los libros de suspenso destilaran el placer que irradia Un fragmento de miedo. Compton es un personaje brillante en su medianía, que toma con humor y analiza con lucidez los eventos de su vida. El clima de conspiración que crea Bingham es terrorífico, es toda una lección sobre lo relativamente fácil que es infiltrar una sociedad con elementos subversivos y peligrosos. Por cierto, la conversión de una acción humanitaria (la instalación laboral de ex convictos, actividad que auspiciaba Dawson) en un esquema de extorsión política suena a una trama más que verídica en un país como Argentina...
Evidentemente, Bingham es un autor que deseo volver a leer.

Nota de color: John Bingham inspiró a John Le Carré para crear su máximo personaje: George Smiley. De hecho, trabajaron juntos en el MI5 británico.

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