Autor: N. Richard Nash (1913-2000)
Título original: East
wind, rain (1977)
Traducción: María Clotilde Rezzano de Martini
Cubierta: Jorge Veloso
Editor: Ultramar Editores (Barcelona)
Edición: 1ª ed.
Fecha
de edición: 1979-12
Descripción
física: 352 p.; 11,5x17,5 cm.
Serie: Bolsillo #39
ISBN: 978-84-7386-224-0 (84-7386-224-4)
Depósito
legal: M. 34755-1979
Estructura: 20 capítulos
Información
sobre impresión:
Impresión:
FEMUSAL. Esteban Terradas, 12. Leganés (Madrid).
Información
de cubierta:
Hawai,
1941... la clave del ataque a Pearl Harbor... y la guerra privada de una mujer
indomable.
Información
de contracubierta:
Situada
en Hawai, en 1941, en los días que precedieron el ataque inesperado de los
japoneses a la escuadra norteamericana en Pearl Harbor, esta historia de
intriga y venganza, nos presenta a tres personajes arrastrados a una violenta
guerra particular:
Johanna
Winter, viuda de un Almirante y una de las mujeres más seductoras de la isla.
Tokan,
el científico e importador japonés, la pieza que falta para hallar la solución
que dirá a los Servicios de Inteligencia Naval de los Estados Unidos si Japón
va a entrar en la guerra y dónde. La clave del ataque parece ser el parte
meteorológico: “Viento del Este y Lluvia”.
Ted
Clarke, comandante de la Armada, yerno de Johanna, torturado por su lucha
íntima entre un amor ilícito, y el rigor de su código personal.
“La
lluvia viene del Este” ha sido calificada por la crítica de “apasionante y
entretenida”.
MI COMENTARIO:
La historia de esta novela se ambienta en
Hawai, más precisamente en Pearl Harbor, en los días previos al ataque japonés
contra la flota norteamericana estacionada allí, el 7 de diciembre de 1941.
El argumento se centra en el microcosmos que
constituyen los militares que trabajan en la inteligencia naval instalada en la
isla. En cierto momento, el soldado Ben Winter es castrado y dejado mal herido
luego de una fiesta. Días después, se suicida arrojándose al mar. Este desastre
lleva a su madre, Johanna, y al yerno de ésta, Tad Clarke, oficial de la
inteligencia naval, a buscar venganza, todo en medio de indicios provenientes
del espionaje que señalan extraños movimientos aeronavales japoneses.
Johanna y Tad descubren que Ben tenía como
amante a la esposa de un residente japonés en la isla, Tokan, sospechoso de ser
un espía. A pesar de sus crecientes dilemas morales y sentimentales, emprenden
la búsqueda de Tokan, quién huye a las montañas, donde tiene un centro de
información con la apariencia de un observatorio meteorológico. En su
recorrido, conocen la pesadilla de la jungla hawaiana, en la forma de insectos,
jabalíes y locos ermitaños. Además, terminan rindiéndose a la atracción sexual
que sienten entre ellos... Finalmente, dan con su objetivo, concretan la
venganza, pero es demasiado tarde, para Hawai, y para ellos dos...
En honor de la verdad, la trama tiene al
espionaje como tema secundario, y se concentra en las continuas introspecciones
de los personajes. Aparece el tema del adulterio, pero su resolución es más
bien conservadora: Johanna vuelve al Estados Unidos continental, y Tad,
ocultando lo ocurrido, regresa con su mujer. El ataque japonés parece ser una
acción purificadora que viene a limpiar tantos desvaríos humanos.
Es interesante la conjetura que termina
haciendo Tad, horas antes del ataque, a partir de las revelaciones que hace
Jerrold, un espía inglés, sobre la distribución de aparatos descifradores
realizada por el gobierno estadounidense:
Jerrold
se aclaró la garganta.
—Bueno...
—Y se detuvo. Recomenzó desde el principio—. Washington armó por lo menos siete
aparatos para descifrar el Código Púrpura. Los repartió por todo el mundo. Si
pueden hacer siete, pueden hacer ocho, nueve, diez. Con toda facilidad hubieran
podido hacer uno más para Hawai. ¿Por qué no lo hicieron? Será porque tienen
motivos para creer que Hawai no lo tenga.
—O
sencillamente quieren que Hawai no lo tenga.
Kley lo
pescó.
—¿Qué
demonios quiere decir con eso?
—No sé
—dijo. Estaba tanteando, confiando sólo en los impulsos de su mente,
permitiendo sus intuiciones lo llevaran donde fuera—. Lo que quiero decir... si
una guerra tiene que empezar, y si un país renuente arrastra los pies... y si
alguna catástrofe ha de pasar... en algún lugar...
Kley
interrumpió apoplético.
—¿Quiere
decir que nosotros... aquí... estamos en una trampa?
—No digo
una trampa, pero...
—¡Eso es
traición! ¡Es una deslealtad terrible sólo decirlo!
—¡No hay
tal! —replicó Tad—. Sólo pregunto por qué nosotros no tenemos el aparato.
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