Título: Kelly cuenta todo
Autor: Guillermo Patricio Kelly (1921-2005)
Entrevistador: Horacio de Dios (1930-2021)
Editor: Editorial Atlántida (Buenos Aires)
Fecha de edición: 1984-09-27
Descripción física: 170, 3 p.; 15x22,5 cm.
Serie: Colección Gente #12
ISBN: 978-950-08-0370-0 (950-08-0370-4)
Estructura: ver contenido
Información sobre impresión:
Este libro se terminó de imprimir el día 27 de septiembre de 1984 en los talleres gráficos de Escobar.
Información de contracubierta:
EN LOS ULTIMOS 20 AÑOS SE HA DICHO DE EL:
• “es un pistolero”
• “es un agente de los servicios secretos israelíes”
• “es un agente de la CIA”
• “es una mano secreta de grupos militares que quieren limpiar a otros grupos militares”
Y más. Mucho más.
En los últimos 20 años el público se ha preguntado:
• ¿De qué vive? ¿De dónde saca tanta plata?
• ¿Es un doble o un triple agente secreto?
• ¿Cómo hizo para escapar con vida del secuestro?
Todo esto se dice y se pregunta todavía sobre el hombre que puso al rojo vivo la piel de los argentinos.
Este es su libro.
Esta es la verdadera cara del hombre de las mil caras.
Contenido:
Prólogo
1943: debut a las trompadas
La caída de Perón
La fuga
Cita en Caracas
El piano del general
Ushuaia otra vez
Viajes a España, Israel, Inglaterra
El sonido y la furia
El caso Gordon
Epílogo provisorio
Índice
MI COMENTARIO:
Qué decir de Guillermo Patricio Kelly, omnipresente personaje de la historia argentina desde el primer peronismo hasta el primer menemismo. Aquí me interesa su faceta de posible agente secreto de... ¿quién? ¿O quiénes? Se dijo que trabajó para los nacionalismos extremos de Europa de los años ’40, para la CIA, para el Mossad... ¿Un agente libre, un mercenario, un nacionalista desilusionado, un idealista intuitivo, un iluminado por acumulación? En este libro, fruto de las entrevistas que le dio al periodista Horacio de Dios, aparece una vida digna de tres o cuatro series contradictorias con varias temporadas cada una. A continuación reproduzco algunos de los pasajes relacionados a las intrigas de espionaje y conspiración que rodearon su carrera política y mediática:
—Usted dice que nunca mató a nadie, pero lo
acusaron de haber dado muerte al sereno de un local del P.C. y de otros hechos
de violencia.
—En la muerte del afiliado comunista Blanco sus mismos compañeros dijeron que yo no estaba en ese lugar, y en todos los procesos que se me iniciaron en la Justicia, y durante los años que estuve preso, nunca se probó ninguna de esas afirmaciones.
Autor: Guillermo Patricio Kelly (1921-2005)
Editor: Editorial Atlántida (Buenos Aires)
Descripción física: 170, 3 p.; 15x22,5 cm.
Estructura: ver contenido
Este libro se terminó de imprimir el día 27 de septiembre de 1984 en los talleres gráficos de Escobar.
EN LOS ULTIMOS 20 AÑOS SE HA DICHO DE EL:
• “es un pistolero”
• “es un agente de los servicios secretos israelíes”
• “es un agente de la CIA”
• “es una mano secreta de grupos militares que quieren limpiar a otros grupos militares”
Y más. Mucho más.
En los últimos 20 años el público se ha preguntado:
• ¿De qué vive? ¿De dónde saca tanta plata?
• ¿Es un doble o un triple agente secreto?
• ¿Cómo hizo para escapar con vida del secuestro?
Todo esto se dice y se pregunta todavía sobre el hombre que puso al rojo vivo la piel de los argentinos.
Este es su libro.
Esta es la verdadera cara del hombre de las mil caras.
Prólogo
1943: debut a las trompadas
La caída de Perón
La fuga
Cita en Caracas
El piano del general
Ushuaia otra vez
Viajes a España, Israel, Inglaterra
El sonido y la furia
El caso Gordon
Epílogo provisorio
Índice
Qué decir de Guillermo Patricio Kelly, omnipresente personaje de la historia argentina desde el primer peronismo hasta el primer menemismo. Aquí me interesa su faceta de posible agente secreto de... ¿quién? ¿O quiénes? Se dijo que trabajó para los nacionalismos extremos de Europa de los años ’40, para la CIA, para el Mossad... ¿Un agente libre, un mercenario, un nacionalista desilusionado, un idealista intuitivo, un iluminado por acumulación? En este libro, fruto de las entrevistas que le dio al periodista Horacio de Dios, aparece una vida digna de tres o cuatro series contradictorias con varias temporadas cada una. A continuación reproduzco algunos de los pasajes relacionados a las intrigas de espionaje y conspiración que rodearon su carrera política y mediática:
—En la muerte del afiliado comunista Blanco sus mismos compañeros dijeron que yo no estaba en ese lugar, y en todos los procesos que se me iniciaron en la Justicia, y durante los años que estuve preso, nunca se probó ninguna de esas afirmaciones.
• • •
—Después que Perón ganó las elecciones, ¿cuál era el papel de esos grupos vinculados al nacionalismo “callejero” si estaban prohibidos todos los actos que no fueran oficiales?
—Durante unos años no fue más —a mi juicio— que un apéndice de los servicios de informaciones.
—Después que Perón ganó las elecciones, ¿cuál era el papel de esos grupos vinculados al nacionalismo “callejero” si estaban prohibidos todos los actos que no fueran oficiales?
—Durante unos años no fue más —a mi juicio— que un apéndice de los servicios de informaciones.
• • •
—Es difícil suponerlo ingenuo aunque en ese momento tuviera menos de 30 años...
—Éramos fanáticos y no hay peor cosa que ser fanáticos. Cuando estás metido en eso es difícil salir, casi imposible. Se convierte en una drogadicción. Nos creíamos la vanguardia de un movimiento de masas revolucionario y sólo éramos fuerzas de choque. Ahora algunos repiten las mismas pavadas que decíamos nosotros. “Somos un movimiento de masas...”, dice el mosquito.
—Es difícil suponerlo ingenuo aunque en ese momento tuviera menos de 30 años...
—Éramos fanáticos y no hay peor cosa que ser fanáticos. Cuando estás metido en eso es difícil salir, casi imposible. Se convierte en una drogadicción. Nos creíamos la vanguardia de un movimiento de masas revolucionario y sólo éramos fuerzas de choque. Ahora algunos repiten las mismas pavadas que decíamos nosotros. “Somos un movimiento de masas...”, dice el mosquito.
• • •
—Pero apunta hacia otro lado y sin armas...
—Siempre fui nacionalista y equivocado o mal guiado, mi olfato no me engañaba ni me engaña. Antes había dos imperialismos en pugna y luchaba por mi país. Ahora lo que existe es el imperialismo mafioso que domina el mundo. No creo en las ideologías en ésta época. Comparto con Wright Mills la opinión sobre el fin de las ideologías.
—Pero apunta hacia otro lado y sin armas...
—Siempre fui nacionalista y equivocado o mal guiado, mi olfato no me engañaba ni me engaña. Antes había dos imperialismos en pugna y luchaba por mi país. Ahora lo que existe es el imperialismo mafioso que domina el mundo. No creo en las ideologías en ésta época. Comparto con Wright Mills la opinión sobre el fin de las ideologías.
• • •
—Usted siempre está donde le conviene, especialmente al hablar de esos años en la Alianza... [se refiere al movimiento fascista Alianza Libertadora Nacionalista]
—A mí no me gustaba el saludo nazi y todo eso de Queraltó. Por eso me había querido asustar. Después pasaron cosas más serias y siempre pensé que él estaba detrás. Jorge Osinde conoce el tema.
—¿Qué pruebas tiene?
—En 1952 vivía en Santiago del Estero y Chile. Voy al bar de la esquina a tomar algo mientras mis dos hijos buscan una botella de querosene en la casa de mi suegro que vivía a dos cuadras. Al rato, siento que me amenazan con una pistola 45 amartillada, luego me dan un culatazo detrás de la oreja, y me cubren con una funda de máquina de escribir. Delante de todo el mundo. En eso aparecen los chicos y le dan una patada a Alejandro y un empujón a Marta. Me meten en un coche y voy a parar a los altos de la comisaría de Puerto Nuevo donde me estaba esperando...
—¿Quién?
—Osinde en persona, que me dice sonriendo: “Así que aquí llega el Restaurador Ideológico”, y muy despacito me colocan una venda sobre los ojos, me esposa las manos y me ata los pies. “Te vamos a dar con las reformas...” Luego me dejaron ahí tirado. No era un calabozo sino un lugar que usaban para un montón de cosas. Logré encontrar un alfiler de acero y estaba buscando la manera de abrir las esposas.
—Usted siempre está donde le conviene, especialmente al hablar de esos años en la Alianza... [se refiere al movimiento fascista Alianza Libertadora Nacionalista]
—A mí no me gustaba el saludo nazi y todo eso de Queraltó. Por eso me había querido asustar. Después pasaron cosas más serias y siempre pensé que él estaba detrás. Jorge Osinde conoce el tema.
—¿Qué pruebas tiene?
—En 1952 vivía en Santiago del Estero y Chile. Voy al bar de la esquina a tomar algo mientras mis dos hijos buscan una botella de querosene en la casa de mi suegro que vivía a dos cuadras. Al rato, siento que me amenazan con una pistola 45 amartillada, luego me dan un culatazo detrás de la oreja, y me cubren con una funda de máquina de escribir. Delante de todo el mundo. En eso aparecen los chicos y le dan una patada a Alejandro y un empujón a Marta. Me meten en un coche y voy a parar a los altos de la comisaría de Puerto Nuevo donde me estaba esperando...
—¿Quién?
—Osinde en persona, que me dice sonriendo: “Así que aquí llega el Restaurador Ideológico”, y muy despacito me colocan una venda sobre los ojos, me esposa las manos y me ata los pies. “Te vamos a dar con las reformas...” Luego me dejaron ahí tirado. No era un calabozo sino un lugar que usaban para un montón de cosas. Logré encontrar un alfiler de acero y estaba buscando la manera de abrir las esposas.
• • •
—Todavía no hablamos de la quema del Jockey Club, la Casa Radical, la Casa del Pueblo...
—Hablemos. Me interesa. Porque yo no estaba aquí sino en Bolivia, invitado por el presidente Víctor Paz Estenssoro. Viajé a La Paz con Alcántara y Maceira.
—¿Qué raro que siendo usted adversario de Queraltó le concediera ese honor en lugar de reservarlo para él?
—La invitación era personal y además Queraltó dijo que no podía ir. El 15 de abril estábamos en la casa de gobierno de La Paz escuchando por radio el discurso de Perón desde el balcón, cuando sentimos las bombas. En ese mismo lugar estaba el coronel Oscar Uriondo, fundador de la SIDE. Al oír el estallido creí que se armaba y parándome le digo: “Vamos para allá”, al mismo tiempo que lo tomo de la mano. Y Uriondo, sacándome la mano, me contesta con voz pícara: “Avívese. No pasa nada. Acá estamos muy bien”. Me habían llevado a Bolivia para que no estorbara...
—Usted que es tan buen investigador, ¿qué averiguó cuando volvió?
—Antes actuaba. Luego aprendí a investigar. Pero no hacía falta ser detective para saber qué ocurrió. Llegué a Buenos Aires con un veneno bárbaro y me enteré que poco después de estallar las bombas en la boca del subte de Plaza de Mayo se habían desplazado grupos con tanques de combustible, para arremeter contra esos locales. Yo pienso que Osinde, Uriondo (por eso me decía que me quedara tranquilo) y Queraltó recordarán mejor que yo ese tema.
—¿Las bombas de Plaza de Mayo también las había colocado la SIDE?
—No, las pusieron los antiperonistas. Pero se sabía todo. Los dejaron hacer. Los usaron.
—¿Perón también lo sabía?
—Le contesto con un diálogo que tuve con él. Un día me pregunta:
—Si usted mata a un tipo, ¿qué es?
—Un asesino.
—¿Si mata a dos?
—Un doble asesino.
—¿Si mata cien?
—No sé, general.
—Usted espere a tener mil enemigos. Présteles gente y luego les gana la batalla y en lugar de ser un asesino usted es un héroe.
—Todavía no hablamos de la quema del Jockey Club, la Casa Radical, la Casa del Pueblo...
—Hablemos. Me interesa. Porque yo no estaba aquí sino en Bolivia, invitado por el presidente Víctor Paz Estenssoro. Viajé a La Paz con Alcántara y Maceira.
—¿Qué raro que siendo usted adversario de Queraltó le concediera ese honor en lugar de reservarlo para él?
—La invitación era personal y además Queraltó dijo que no podía ir. El 15 de abril estábamos en la casa de gobierno de La Paz escuchando por radio el discurso de Perón desde el balcón, cuando sentimos las bombas. En ese mismo lugar estaba el coronel Oscar Uriondo, fundador de la SIDE. Al oír el estallido creí que se armaba y parándome le digo: “Vamos para allá”, al mismo tiempo que lo tomo de la mano. Y Uriondo, sacándome la mano, me contesta con voz pícara: “Avívese. No pasa nada. Acá estamos muy bien”. Me habían llevado a Bolivia para que no estorbara...
—Usted que es tan buen investigador, ¿qué averiguó cuando volvió?
—Antes actuaba. Luego aprendí a investigar. Pero no hacía falta ser detective para saber qué ocurrió. Llegué a Buenos Aires con un veneno bárbaro y me enteré que poco después de estallar las bombas en la boca del subte de Plaza de Mayo se habían desplazado grupos con tanques de combustible, para arremeter contra esos locales. Yo pienso que Osinde, Uriondo (por eso me decía que me quedara tranquilo) y Queraltó recordarán mejor que yo ese tema.
—¿Las bombas de Plaza de Mayo también las había colocado la SIDE?
—No, las pusieron los antiperonistas. Pero se sabía todo. Los dejaron hacer. Los usaron.
—¿Perón también lo sabía?
—Le contesto con un diálogo que tuve con él. Un día me pregunta:
—Si usted mata a un tipo, ¿qué es?
—Un asesino.
—¿Si mata a dos?
—Un doble asesino.
—¿Si mata cien?
—No sé, general.
—Usted espere a tener mil enemigos. Présteles gente y luego les gana la batalla y en lugar de ser un asesino usted es un héroe.
• • •
—¿Qué quería decirle Perón a usted, porque en realidad creo que nunca habían conversado mucho? ¿O me equivoco?
—Al pasar hablamos varias veces, pero a solas como esa noche, nunca. Ni antes ni después. Me preguntó si yo sabía jugar al ajedrez. Le dije que sí, que lo había jugado con Farías Gómez en Ushuaia. “Ese no”. Pensé que se refería entonces al ajedrez político y le contesté que no sabía nada de politiquería. Que en realidad me repugnaba, como me sigue repugnando, la vida de comité o de unidades básicas, que no están al servicio de una real democracia. “No, le estoy hablando del chin-chan-chun-chin” me dijo Perón. Supuse que por la situación se comenzaba a poner nervioso (en ese momento volvía la “balacera”) y que había querido decir chinchón. Y me volvió a repetir lo mismo: “chin-chan-chun-chin”.
—Hace varios capítulos que mantiene el suspenso: ¿De qué se trata?
—Lo mismo le dije a Perón. Y me lo explicó con mucho cuidado, creo que para que no me lo olvidara nunca. “Tiene que jugarlo, Patricio, porque ese juego no existe. Nadie lo conoce. No tiene reglas. Y como no se conoce ni tiene reglas, el que lo juega siempre gana. Yo lo juego, agregó Perón, por eso mis enemigos siempre pierden...”
—¿Qué quería decirle Perón a usted, porque en realidad creo que nunca habían conversado mucho? ¿O me equivoco?
—Al pasar hablamos varias veces, pero a solas como esa noche, nunca. Ni antes ni después. Me preguntó si yo sabía jugar al ajedrez. Le dije que sí, que lo había jugado con Farías Gómez en Ushuaia. “Ese no”. Pensé que se refería entonces al ajedrez político y le contesté que no sabía nada de politiquería. Que en realidad me repugnaba, como me sigue repugnando, la vida de comité o de unidades básicas, que no están al servicio de una real democracia. “No, le estoy hablando del chin-chan-chun-chin” me dijo Perón. Supuse que por la situación se comenzaba a poner nervioso (en ese momento volvía la “balacera”) y que había querido decir chinchón. Y me volvió a repetir lo mismo: “chin-chan-chun-chin”.
—Hace varios capítulos que mantiene el suspenso: ¿De qué se trata?
—Lo mismo le dije a Perón. Y me lo explicó con mucho cuidado, creo que para que no me lo olvidara nunca. “Tiene que jugarlo, Patricio, porque ese juego no existe. Nadie lo conoce. No tiene reglas. Y como no se conoce ni tiene reglas, el que lo juega siempre gana. Yo lo juego, agregó Perón, por eso mis enemigos siempre pierden...”
• • •
—¿Cuál es la diferencia entre sus ataques a una parte de la dirigencia gremial y los de la guerrilla?
—La guerrilla anarcoterrorista estaba manejada desde el exterior y tenía una organización muy bien preparada y con muchos medios. Yo estaba cada vez más solo, terminé casi como un francotirador y respondía a mis ideas nacionalistas. La guerrilla buscaba la muerte y yo la vida. Curiosamente, el abogado Fernando Torres, vinculado a los metalúrgicos, se convierte en el defensor de Mario Firmenich, al que conoció en... Cuba.
—Pero no escapará a su criterio que usted contribuyó a crear un clima en torno a Vandor y que después a Vandor lo asesinan...
—No es así aunque lo aparente. Le voy a dar una clave: Un libro editado en Barcelona, que cuesta mucho encontrar porque cada vez que sale el Partido Comunista trata de sacarlo de la circulación, que se llama “Sinfonía en Rojo Mayor”, de Pablo Landowsky. Es la historia de un personaje real, un tal Duval. En el libro, Duval es un estudiante chileno muy capaz que los comunistas llevan a Leningrado para que haga cursos superiores de inteligencia y contrainteligencia, lo nombran jefe de un departamento y lo invitan a que traiga a su madre a pasar unas vacaciones en el Mar Báltico. En determinado momento le dan la orden de secuestrar con vida a un general alemán de la ocupación que era homosexual. Mediante un excelente planteo de chantaje, porque lo habían fotografiado en sus encuentros íntimos con sus amigos, logra hacerlo trabajar para la URSS, hasta que en determinado momento Duval, una de las cabezas de la KGB, se da cuenta que el mismo mecanismo se emplea contra él porque su madre está retenida en Rusia y no la van a dejar salir nunca. También él está chantajeado. Comprende que lo que está haciendo es enfrentar asesinos con asesinos...
—¿Cuál es la diferencia entre sus ataques a una parte de la dirigencia gremial y los de la guerrilla?
—La guerrilla anarcoterrorista estaba manejada desde el exterior y tenía una organización muy bien preparada y con muchos medios. Yo estaba cada vez más solo, terminé casi como un francotirador y respondía a mis ideas nacionalistas. La guerrilla buscaba la muerte y yo la vida. Curiosamente, el abogado Fernando Torres, vinculado a los metalúrgicos, se convierte en el defensor de Mario Firmenich, al que conoció en... Cuba.
—Pero no escapará a su criterio que usted contribuyó a crear un clima en torno a Vandor y que después a Vandor lo asesinan...
—No es así aunque lo aparente. Le voy a dar una clave: Un libro editado en Barcelona, que cuesta mucho encontrar porque cada vez que sale el Partido Comunista trata de sacarlo de la circulación, que se llama “Sinfonía en Rojo Mayor”, de Pablo Landowsky. Es la historia de un personaje real, un tal Duval. En el libro, Duval es un estudiante chileno muy capaz que los comunistas llevan a Leningrado para que haga cursos superiores de inteligencia y contrainteligencia, lo nombran jefe de un departamento y lo invitan a que traiga a su madre a pasar unas vacaciones en el Mar Báltico. En determinado momento le dan la orden de secuestrar con vida a un general alemán de la ocupación que era homosexual. Mediante un excelente planteo de chantaje, porque lo habían fotografiado en sus encuentros íntimos con sus amigos, logra hacerlo trabajar para la URSS, hasta que en determinado momento Duval, una de las cabezas de la KGB, se da cuenta que el mismo mecanismo se emplea contra él porque su madre está retenida en Rusia y no la van a dejar salir nunca. También él está chantajeado. Comprende que lo que está haciendo es enfrentar asesinos con asesinos...
—¿Ese es su trabajo?
—¡Piénselo más y si puede conseguir ese libro léalo con mucho cuidado, como lo leí yo una y otra vez en la cárcel! No soy Duval ni me pueden chantajear con nada. [...]
• • •
—Decía
Jorge Luis Borges que Argentina es una suma de individuos no de ciudadanos y
que por eso sufrimos como sufrimos...
—Acierta como de costumbre. Hay patrioterismo en lugar de
patriotismo, en lugar de tener conciencia individual nos entregamos a un
caudillo, y si no lo tenemos lo inventamos. Y para colmo somos ferozmente
chauvinistas. No entendemos lo que los otros países hacen bien. Tal como vamos
no lo entenderemos jamás.
—¿El
enemigo está más adentro que afuera?
—Más que el imperialismo yanqui o ruso está el
imperialismo mafioso. Este es uno de los pocos lugares del mundo donde podés
hacer negocios a costa del país. Para destruir al país.
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