Título: Arlequín
Autor: Morris
West (1916-1999)
Título original: Harlequin (1974)
Traducción: Marta Isabel
Guastavino
Editor: Javier Vergara
Editor (Buenos Aires)
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición: 1996-05
Descripción física: 330 p.; 11x17,5 cm.
Serie: Vergara bolsillo #41
ISBN: 978-950-15-1603-6 (950-15-1603-2)
Estructura: 10 capítulos
Información sobre
impresión:
Esta edición se terminó de imprimir en
VERLAP S.A. Comandante Spurr 653
Avellaneda - Prov. de Buenos Aires - Argentina
en el mes de mayo de 1996.
Información de
contracubierta:
Esta vez, el gran novelista australiano explora la violenta jungla de las empresas multinacionales, verdaderos Estados dentro de los Estados, dirigidas por príncipes de las finanzas a cuyo lado parecen juegos de niños las maquiavélicas intrigas de los Borgia y los Médicis.
Dice West en ARLEQUIN: “...El terror es algo muy flexible. El público sólo ve sus productos más burdos, el asesinato de un agente, el secuestro de un avión de línea. En realidad, todos vivimos bajo el pulgar de un chantajista. Los especuladores devalúan la moneda; los árabes nos dejan sin petróleo; Los Gobiernos caen en sucios manejos para salvar sus intereses...”
MI
COMENTARIO:
La novela gira en torno de tres personajes: George Arlequín, un banquero suizo que vive y atiende sus negocios en Nueva York; Paul Desmond, su asistente de origen australiano; y Basil Yanko, dueño de Creative Systems, una empresa informática que brinda sus servicios al mundo de las finanzas. Yanko hace una oferta agresiva para comprar el banco de Arlequín, propuesta que éste rechaza: existe la sospecha que Yanko quiere beneficiar a grupos árabes vinculados al terrorismo. Se genera un conflicto de intereses que termina con el asesinato de varias personas, entre ellas la esposa del banquero, que lleva a la contratación de Aaron Bogdanovich, un aparente vendedor de flores que trabaja para la inteligencia israelí.
La novela tiene un valor histórico por mostrar la incipiente introducción de la informática en los grandes negocios y el clima de cinismo y desconfianza de los 70, con el escándalo Watergate todavía caliente. Sus partes más interesantes son los pasajes donde West da cuenta de ese ambiente de desilusión y miedo. Por ejemplo, así describe Arlequín las actividades de Yanko:
—[...] Los proyectos
más importantes de Creative Systems, lo que más le interesan personalmente a
Yanko, se refieren a dos campos relacionados: la documentación policial y lo
que cortésmente se llama control urbano. De lo que efectivamente se habla es de
la supervisión, documentación, control estratégico y manipulación de enormes
masas de personas en todos los continentes del globo. La instrumentación ya
existe, el personal ya se está entrenando, los sistemas existentes se están
ampliando y mejorando. No se utilizan simplemente contra los criminales, sino
contra disidentes políticos y, más aún, para decidir diariamente al destino de
la gente común. Conducen inevitablemente al terror, a la represión, al
contra-terror y a las cámaras de tortura. La compañía que proyecta tales
sistemas está en una situación de inmenso poder y privilegio en todas las
jurisdicciones, incluso bajo regímenes y sistemas opuestos. Ahora bien, si una
compañía así puede ingresar en el mercado internacional del dinero, si puede
manipular divisas y créditos, entonces tenemos un imperio que cabalga sobre
todas las fronteras geográficas... Hace mucho tiempo que veo evolucionar esta
situación. El año pasado hablé sobre esto en una reunión de banqueros, en
Londres. Procuré establecer la distinción entre el uso legítimo de la
computación y aquellos otros que constituyen una amenaza a la libertad
personal. Creo que el discurso se comentó mucho. Yo lo hice imprimir para que
circulara entre los amigos, pero no todos lo acogieron bien. Un ejemplar le fue
enviado a Yanko, quien jamás acusó el recibo. Ahora pienso que eso determinó su
actual estrategia contra la Compañía y contra mí.
En un mundo de desengaño, la figura de Bogdanovich aparece como un faro
en la noche:
Era consentir con la
locura, y yo lo sabía; pero en un mundo de lunáticos, los locos estaban más
seguros que los cuerdos. Estaban acostumbrados al caos, esperaban lo
monstruoso: bombas en la correspondencia, veneno en el agua, niños decapitados
en la calle, asesinatos en masa a manos de generales. Sabían que a la gente le
disparan en los aeropuertos, la violan en los ascensores, la torturan
profesionales pagados con dineros públicos. Era tan normal que los presidentes
mintieran como que los policías fueran perjuros y las compañías telefónicas
patrocinaran revoluciones.
En el contexto de la insania colectiva, Aaron Bogdanovich era el más razonable de los hombres. La fría matemática por la cual se regía era el único sistema viable en un mundo de conflicto ético y donde la ley era imposible de respetar. Si Dios no existía, o se iba de viaje por demasiado tiempo, sus reemplazantes lógicos eran Aaron Bogdanovich y los de su especie. Hasta en el infierno había que mantener el orden, y el terror era el más refinado de los instrumentos. No era necesario usarlo con demasiada frecuencia; bastaba con exhibirlo mediante constantes amenazas y algún ocasional ejemplo sangriento. El único recurso contra él era un terror más intenso. Finalmente la Humanidad tenía que someterse, aunque no fuera más que para vivir en paz bajo la clara luz de un gélido desierto. Era una lógica de pesadilla, pero una vez aceptadas las premisas, era imposible eludir la conclusión.
La novela va centrándose cada vez más en Paul Desmond, sus dudas y
miedos, su enamoramiento de la secretaria de Arlequín, sus reflexiones:
No hacía falta un
ejercicio lógico muy exhaustivo para llegar a la conclusión de que finalmente
había que perder. La edad se adueñaba insidiosamente de uno, lo rodeaban
jóvenes valientes ávidos de triunfo. El dinero se convertía en un monstruo
enloquecido que se mordía la cola, que se autodevoraba hasta extinguirse. La
propiedad era algo que se hipotecaba para conseguir crédito para comprar más
propiedades para hipotecarlas y hacer más compras, para capitalizarse finalmente
por si la tortuosa ruta llegaba a un callejón sin salida. Estábamos todos
condenados a la eterna noria: un poco de vigilia, un poco de sueño, una
catarsis por el terror y la piedad, un poco de amor, mucha soledad, y dos
abluciones por día para poder sentirnos limpios aunque no lo estuviéramos.
Después, se llegaba a la etapa en que nos preguntábamos si no estaríamos,
simplemente, matando el tiempo hasta que el tiempo nos matara.
A todo esto, aparece Milo Frohm, alto agente del FBI, que instruye a Desmond
sobre la injerencia de la razón de estado en el mundo de los negocios:
—... Nuestro
Departamento de Estado está de malas con los europeos porque están haciendo
contratos petroleros separados con los árabes. Los israelíes están resentidos
con los europeos porque los franceses y los noruegos han anulado su red de
espionaje y su sistema de información contra los terroristas. También están
resentidos con nosotros, porque se imaginan que hemos cedido demasiado en las
negociaciones para el alto el fuego. Este es el fondo contra el cual tienen que
ver ustedes su situación con Basil Yanko. Políticamente, para nosotros ha sido
útil; nos abrió accesos a Europa; consiguió atraer el dinero y la buena
voluntad de los árabes hacia nuestro país en vez de hacia Europa. Esto es alta
política y negocio a lo grande, lo que significa cierta cantidad de basura que
hay que esconder bajo la alfombra. Nosotros lo sabemos y, lamentablemente, lo
aceptamos si resulta y ponemos el grito en el cielo en caso contrario. Desde el
punto de vista político nos encantaría que Yanko pudiera comprar su compañía.
En realidad, nos fastidia enormemente que haya jugado un juego demasiado duro y
que usted se haya mostrado demasiado hábil, con lo que cada día aparece un
nuevo trapito al sol. En una palabra, señor Arlequín, ha provocado usted un
escándalo de primera en un momento en que, para nosotros, es llover sobre
mojado...
Si bien va tocando los grandes temas de los años 70 (el terrorismo, las
turbulencias financieras, la desilusión con el sistema), Arlequín es un relato bastante intimista, una búsqueda interior de
la paz y de la felicidad a pesar de todo. Cerca del final, ayudado por una
violenta treta ideada por Bogdanovich, Arlequín le gana la partida a Yanko;
debería ser el tiempo de festejar, pero el banquero hace una jugada digna de su
apellido, dejando abierta la puerta para que el juego no se detenga. Mientras
Desmond transitó durante la narración un camino hacia la conciencia ética y la
aceptación de la felicidad, su jefe, de manera opaca, hizo suya la pulsión de
destrucción, propia y la de sus allegados. Un final sorprendente para una
novela ligera.
Esta edición se terminó de imprimir en
VERLAP S.A. Comandante Spurr 653
Avellaneda - Prov. de Buenos Aires - Argentina
en el mes de mayo de 1996.
Esta vez, el gran novelista australiano explora la violenta jungla de las empresas multinacionales, verdaderos Estados dentro de los Estados, dirigidas por príncipes de las finanzas a cuyo lado parecen juegos de niños las maquiavélicas intrigas de los Borgia y los Médicis.
Dice West en ARLEQUIN: “...El terror es algo muy flexible. El público sólo ve sus productos más burdos, el asesinato de un agente, el secuestro de un avión de línea. En realidad, todos vivimos bajo el pulgar de un chantajista. Los especuladores devalúan la moneda; los árabes nos dejan sin petróleo; Los Gobiernos caen en sucios manejos para salvar sus intereses...”
La novela gira en torno de tres personajes: George Arlequín, un banquero suizo que vive y atiende sus negocios en Nueva York; Paul Desmond, su asistente de origen australiano; y Basil Yanko, dueño de Creative Systems, una empresa informática que brinda sus servicios al mundo de las finanzas. Yanko hace una oferta agresiva para comprar el banco de Arlequín, propuesta que éste rechaza: existe la sospecha que Yanko quiere beneficiar a grupos árabes vinculados al terrorismo. Se genera un conflicto de intereses que termina con el asesinato de varias personas, entre ellas la esposa del banquero, que lleva a la contratación de Aaron Bogdanovich, un aparente vendedor de flores que trabaja para la inteligencia israelí.
La novela tiene un valor histórico por mostrar la incipiente introducción de la informática en los grandes negocios y el clima de cinismo y desconfianza de los 70, con el escándalo Watergate todavía caliente. Sus partes más interesantes son los pasajes donde West da cuenta de ese ambiente de desilusión y miedo. Por ejemplo, así describe Arlequín las actividades de Yanko:
En el contexto de la insania colectiva, Aaron Bogdanovich era el más razonable de los hombres. La fría matemática por la cual se regía era el único sistema viable en un mundo de conflicto ético y donde la ley era imposible de respetar. Si Dios no existía, o se iba de viaje por demasiado tiempo, sus reemplazantes lógicos eran Aaron Bogdanovich y los de su especie. Hasta en el infierno había que mantener el orden, y el terror era el más refinado de los instrumentos. No era necesario usarlo con demasiada frecuencia; bastaba con exhibirlo mediante constantes amenazas y algún ocasional ejemplo sangriento. El único recurso contra él era un terror más intenso. Finalmente la Humanidad tenía que someterse, aunque no fuera más que para vivir en paz bajo la clara luz de un gélido desierto. Era una lógica de pesadilla, pero una vez aceptadas las premisas, era imposible eludir la conclusión.
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