Autor: James Aldridge (1918-2015)
Título
original: Heroes of the
empty view (1954)
Traducción: Ricardo M. Setaro
Editor: Editorial Lautaro (Buenos Aires)
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición: 1957-04-05
Descripción física: 372 p.; 14,5x20,5 cm.:
solapas
Estructura: 3 partes, 31 capítulos
Información sobre impresión:
Héroes del horizonte desierto se
terminó de imprimir el día 5 del mes de abril de 1957, en los Talleres Gráficos
de La Técnica Impresora S.A.C.I., Córdoba 2240, Buenos Aires (República
Argentina)
Información de solapas:
Con la publicación de EL DIPLOMÁTICO y
posteriormente EL CAZADOR, alcanzó James Aldridge, entre los lectores de habla
española idéntica popularidad, como extraordinario novelista, que la ganada con
merecida justicia en su idioma original. Ahora se ofrece a nuestro público su
nueva obra HEROES DEL HORIZONTE DESIERTO, que la crítica internacional ha
señalado como su novela más valiosa, fruto de una madurez. En HEROES DEL
HORIZONTE DESIERTO despliega Aldridge su maestría de narrador con agudeza de
observación y profundo conocimiento del tema que encara y nos ofrece una de las
más perfectas pinturas del mundo convulsionado del Medio Oriente. Su novela,
que tiene por marco el desierto árabe, la populosa Londres y los enigmáticos
pozos petrolíferos en disputa, en torno a los cuales se rebelan contra la miseria
las tribus nómades —en lucha con sus opresores nacionales y contra su
explotadores internacionales— proporciona a Aldridge la oportunidad para el
enjuiciamiento de una insostenible “tercera posición”, en una batalla de
alcances mundiales que sólo tiene dos posibles soluciones. Incisivo
investigador del alma humana, el autor de HEROES DEL HORIZONTE DESIERTO, nos
ofrece en esta nueva novela una trilogía: la del Príncipe Hamid, empeñado en la
liberación de su pueblo; la del paciente obrero Zein, infatigable organizador
de la insurrección de sus hermanos explotados y la de Gordon, moderno Lawrence
de Arabia, intelectual lanzado a la acción, en procura de la utopía del hombre
puro liberado por el aislamiento e incontaminación del desierto. Y el drama de
Gordon, incapaz de sobreponerse al irreductible dilema de nuestro tiempo, le
proporciona a Aldridge la arcilla inapreciable para crear un personaje que
habrá de perdurar, con el transcurso del tiempo, como prototipo de la ficción
que ha ganado el derecho a la realidad.
MI COMENTARIO:
Esta no es una novela de espionaje; más bien
puede inscribirse en el género de aventuras en países exóticos (en este caso,
alguna parte ficticia del desierto de Arabia). Sin embargo, hay un trasfondo de
intriga internacional (con los intereses británicos jugando en el país de Bahraz,
donde poseen importantes pozos petrolíferos), acompañado por dos importantes
rebeliones (una impulsada por los marxistas bahrazis, otra por las tribus del
desierto, que quieren un estado de independencia reñido con los límites impuestos
por las potencias europeas) y la presencia de un personaje excéntrico y
agitador, el joven Ned Gordon (nombrado sólo por su apellido en casi toda la
novela). Gordon es una especie de Lawrence de Arabia redivivo, enamorado de los
árabes, sobre todo de los tribeños, en quienes ve la última encarnación del
hombre completamente libre. En cierta forma, encabeza su rebelión y se opone a
los intentos ingleses de cooptarlos. En un momento aparece Freeman, un miembro del
Foreign Office, lo más parecido a un espía en la novela, pues interviene con
tratos secretos para dividir las tribus en beneficio de Londres. Tras una serie
de fracasos, Gordon vuelve a Inglaterra, donde conoce a una chica que lo acerca
al movimiento comunista. Gordon, al ver a los obreros y su culto de las máquinas,
entiende que no hay nada más alejado de la verdadera libertad que el comunismo.
Faltando a la palabra dada a un general inglés estacionado en Bahraz, vuelve al
desierto árabe y toma con los tribeños las instalaciones de los pozos. Se da
cuenta que es una victoria inútil, y decide destruirlos para evitar que siguen
promoviendo una industrialización que, a la larga, destruirá la forma de vida
tradicional de los árabes.
Héroes del horizonte desierto es una novela que debió
gustarme, pero no fue así. Por empezar, le quedaba mejor en el título la
palabra Antihéroes: casi todos los
personajes terminan resultando bastante desagradables, empezando por Gordon (en última instancia, un pobre desquiciado), que emprende una aventura
quijotesca sólo para entender, poco antes de su final, que salvar a las tribus
es imposible. Los mismos líderes tribeños muestran su división y su capacidad
de echar todo a perder, mientras que Freeman y el general Martin cuidan sus
propios intereses. Ni que hablar de la novia de Gordon, una fanática comunista
que sabe de su fracaso pero que no puede dejar de apoyar una revolución que no
llegará. En varios momentos esperé apreciar esta épica de la derrota, pero no
pude hacerlo. El estilo de Aldridge es agotador, con diálogos que muestran la
vulgaridad de los personajes y situaciones que arrojan al lector a un realismo
árido y desesperanzador. Hubo párrafos que me los saltee, simplemente para
acelerar la llegada de la última página, en una novela que parecía estirarse
sin cesar. Personajes desagradables y una narración irritante llevan a una
decepción como la que sufrí.
El único valor positivo que encontré fue la certificación que hace el autor de que los ilusos políticos son verdaderos idiotas, personas destinadas a estar exiliadas de la felicidad. Una lección que, en las décadas siguientes a la publicación del libro, no fue lo suficientemente aprendida. En un momento, Gordon le escribe a su amiga y amante Tess, confesándole, entre otras cosas, su decepción por el futuro que imaginan los marxistas de aquí y allá:
"Lo que fué nuestra discusión es asunto viejo —asunto viejo, Tess, porque condujo a la misma separación que tú y yo sufrimos cuando fui a los muelles y vi allí una muestra del futuro con gorras negras— cuando vi a tus mecánicos conquistadores del mundo en rebelión, avanzando hacia el poder, comiéndoselo todo con un hambre absoluta por sí misma. Eso me ocurrió, y sea cual fuere el horror que me produjo en Inglaterra, no significó nada en relación a los temores que me acometen aquí.
El único valor positivo que encontré fue la certificación que hace el autor de que los ilusos políticos son verdaderos idiotas, personas destinadas a estar exiliadas de la felicidad. Una lección que, en las décadas siguientes a la publicación del libro, no fue lo suficientemente aprendida. En un momento, Gordon le escribe a su amiga y amante Tess, confesándole, entre otras cosas, su decepción por el futuro que imaginan los marxistas de aquí y allá:
"Lo que fué nuestra discusión es asunto viejo —asunto viejo, Tess, porque condujo a la misma separación que tú y yo sufrimos cuando fui a los muelles y vi allí una muestra del futuro con gorras negras— cuando vi a tus mecánicos conquistadores del mundo en rebelión, avanzando hacia el poder, comiéndoselo todo con un hambre absoluta por sí misma. Eso me ocurrió, y sea cual fuere el horror que me produjo en Inglaterra, no significó nada en relación a los temores que me acometen aquí.
"Zein hizo para mí una descripción del
futuro. El futuro era de ellos, dijo, y nada podía detenerlos ya. Tendrían una república
de obreros y campesinos y comenzarían de inmediato a la creación de un estado
socialista, con una clase obrera educada, una economía industrializada y una
radical eliminación de la explotación y de la propiedad privada de la
producción. En todas partes sería derribada la clase gobernante y los mecánicos
y los cavadores de zanjas obtendrían los privilegios de la sociedad: hasta
compartirían el intelecto y la educación. Las máquinas, los campos
petrolíferos, las excavadoras mecánicas, serían los instrumentos de su
filosofía. ¡No más hambre! ¡Todo de las máquinas! ¡Todo para los obreros y los
cavadores!
"Y en cuanto a las tribus:
"Formarán parte de este dogma económico.
Serán partes en igualdad de condiciones. Lo pondrán en práctica en conjunto. A
las tribus se les dará su lenguaje, su literatura, su educación. ¡Serán
salvadas! ¿Cómo? ¿Mediante qué medios? Serán salvadas de la destrucción
mediante el conocimiento de la máquina, su uso, su aplicación. Aquellos campos
petrolíferos eran el ejemplo. Como se encontraban en las tierras de las tribus
serían educadas gradualmente para que hicieran funcionar, dirigieran y
controlaran los mismos. ¡Ingenieros! ¡Educación para los pastores! ¡Escuelas
para los pilluelos de la calle! Fraternidad ciudadana para las individualidades
fuertes. Cambiarían la naturaleza del desierto. No más aislamiento, ni miseria
animal. Ciudades, pueblos, aldeas, caminos, cosechas: una economía organizada
para sus crecientes rebaños; una naturaleza planificada para sus instintos nómades.
Sí. ¡Dioses convertidos en funcionarios!
"Por Dios, Tess: puedo aceptar ese panorama para el enfermizo estercolero que es tu suburbio de Glasgow, pero ver tu dogma marxista en el rostro del último hombre puro que queda sobre la tierra... ¡Ah no! ¡No! ¡No!
"Por Dios, Tess: puedo aceptar ese panorama para el enfermizo estercolero que es tu suburbio de Glasgow, pero ver tu dogma marxista en el rostro del último hombre puro que queda sobre la tierra... ¡Ah no! ¡No! ¡No!
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