Título: La lluvia viene del Este
Autor: N. Richard Nash (1913-2000)
Título original: East wind, rain (1977)
Traducción: María Clotilde R. de Martini
Editor: Emecé Editores (Buenos Aires)
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición: 1978-03
Serie: Grandes novelistas
Estructura: 20 capítulos
Información sobre impresión:
Primera impresión: 16.000 ejemplares
Editor: Emecé Editores, S.A. - Alsina 2062, Bs. As.
Impresor: Compañía Impresora Argentina, S.A. - Alsina 2049, Bs. As.
Distribuidor: Emecé Distribuidora, S.A.C.I.F. y M. - Alsina 2062, Bs. As.
Información de contracubierta:
Hawai, 1941. Vísperas del ataque japonés a Pearl Harbor. En una atmósfera electrizante, cargada de tensión, se mueven los fascinantes personajes de esta novela. Johanna Winter, joven viuda, obsesionada por vengar a su hijo. Tad Clarke, comandante del Servicio Naval de Inteligencia. Tokán, japonés enigmático, que puede o no un agente secreto.
En medio de los acontecimientos de la crisis internacional, los protagonistas se embarcan en una guerra privada, que enfrenta otra vez, de alguna manera, los valores de Oriente y Occidente. El implacable deseo de venganza de Johanna la sumerge en complicadas intrigas diplomáticas. La persecución continúa en la jungla. La lluvia viene del Este es un violento drama de suspenso y pasiones humanas.
Profesor de literatura y filosofía, N. Richard Nash es famoso como escritor de obras teatrales. Es autor de dos formidables éxitos mundiales: Porgy and Bess y El fabricante de lluvia, traducida a más de treinta idiomas. La lluvia viene del Este lo consagra también como novelista. Selección del Book of the Month Club, ha permanecido largas semanas en la lista de bestsellers del “New York Times”.
MI COMENTARIO:
La historia de esta novela se ambienta en Hawai, más precisamente en Pearl Harbor, en los días previos al ataque japonés contra la flota norteamericana estacionada allí, el 7 de diciembre de 1941.
El argumento se centra en el microcosmos que constituyen los militares que trabajan en la inteligencia naval instalada en la isla. En cierto momento, el soldado Ben Winter es castrado y dejado mal herido luego de una fiesta. Días después, se suicida arrojándose al mar. Este desastre lleva a su madre, Johanna, y al yerno de ésta, Tad Clarke, oficial de la inteligencia naval, a buscar venganza, todo en medio de indicios provenientes del espionaje que señalan extraños movimientos aeronavales japoneses.
Johanna y Tad descubren que Ben tenía como amante a la esposa de un residente japonés en la isla, Tokan, sospechoso de ser un espía. A pesar de sus crecientes dilemas morales y sentimentales, emprenden la búsqueda de Tokan, quién huye a las montañas, donde tiene un centro de información con la apariencia de un observatorio meteorológico. En su recorrido, conocen la pesadilla de la jungla hawaiana, en la forma de insectos, jabalíes y locos ermitaños. Además, terminan rindiéndose a la atracción sexual que sienten entre ellos... Finalmente, dan con su objetivo, concretan la venganza, pero es demasiado tarde, para Hawai, y para ellos dos...
En honor de la verdad, la trama tiene al espionaje como tema secundario, y se concentra en las continuas introspecciones de los personajes. Aparece el tema del adulterio, pero su resolución es más bien conservadora: Johanna vuelve al Estados Unidos continental, y Tad, ocultando lo ocurrido, regresa con su mujer. El ataque japonés parece ser una acción purificadora que viene a limpiar tantos desvaríos humanos.
Es interesante la conjetura que termina haciendo Tad, horas antes del ataque, a partir de las revelaciones que hace Jerrold, un espía inglés, sobre la distribución de aparatos descifradores realizada por el gobierno estadounidense:
Jerrold se aclaró la garganta.
—Bueno... —Y se detuvo. Recomenzó desde el principio—. Washington armó por lo menos siete aparatos para descifrar el Código Púrpura. Los repartió por todo el mundo. Si pueden hacer siete, pueden hacer ocho, nueve, diez. Con toda facilidad hubieran podido hacer uno más para Hawai. ¿Por qué no lo hicieron? Será porque tienen motivos para creer que Hawai no lo tenga.
—O sencillamente quieren que Hawai no lo tenga.
Kley lo pescó.
—¿Qué demonios quiere decir con eso?
—No sé —dijo. Estaba tanteando, confiando sólo en los impulsos de su mente, permitiendo sus intuiciones lo llevaran donde fuera—. Lo que quiero decir... si una guerra tiene que empezar, y si un país renuente arrastra los pies... y si alguna catástrofe ha de pasar... en algún lugar...
Kley interrumpió apoplético.
—¿Quiere decir que nosotros... aquí... estamos en una trampa?
—No digo una trampa, pero...
—¡Eso es traición! ¡Es una deslealtad terrible sólo decirlo!
—¡No hay tal! —replicó Tad—. Sólo pregunto por qué nosotros no tenemos el aparato.
Una discusión que aun hoy puede encontrar situaciones donde repetirse.
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