viernes, 13 de enero de 2017

EL DESCENSO DE XANADU, de Harold Robbins (Planeta)

Título: El descenso de Xanadú
Autor: Harold Robbins (1916-1997)
Título original: Descent from Xanadu (1984)
Traducción: Helena Valentí Petit
Cubierta: Jordi Vallhonesta (diseño); The Image Bank (foto)
Editor: Editorial Planeta (Barcelona)
Edición: 1ª ed. en esta colección
Fecha de edición: 1995-04
Serie: Planeta bolsillo #54
ISBN: 978-84-08-01426-3 (84-08-01426-9)
Depósito legal: B. 9.598-1995
Estructura: 2 libros, 28 y 25 capítulos, índice
Información sobre impresión:
Papel: Offset Editorial Ahuesado, de Clariana, S.A.
Impresión: Duplex, S.A.
Encuadernación: Serveis Gràfics 106, S.L.

Información de cubierta:
La eterna lucha para vencer la vejez y la muerte.

Información de contracubierta:
Harold Robbins, cuyo verdadero nombre es Francis Kane, nació en Nueva York en 1916, y ya en los años cuarenta se convirtió en uno de los más famosos autores de bestsellers del mundo entero. Al gran éxito de su primera novela, No amarás a un extraño (1948), siguió Traficantes de sueños (1949), Una lápida para Danny Fisher (1952), El pirata (1974), Los sueños mueren primero (1977) y Adiós, Janette (1980).

Judd Crane, hombre fabulosamente rico, está obsesionado por alcanzar la inmortalidad y resuelto a vencer a la muerte cueste lo que cueste. Lo tiene todo: dinero, poder y mujeres. Desde su lujoso 747 domina un inmenso imperio financiero: industrias y gobiernos. Todo lo puede comprar, quizá incluso la vida eterna.
Pero Judd Crane no acata las leyes comunes de la vida y de la vejez, como tampoco acata las reglas que rigen el mundo de los negocios o del sexo. Asistido por una hermosa doctora y por expertos en gerontología, el protagonista se enzarza en una peligrosa aventura en busca del método para triunfar sobre la vejez y la muerte.
La busca de la inmortalidad le conduce a diferentes países como Yugoslavia, China y Brasil, en cuya selva construye una secreta ciudad atómica desde donde pretende lograr su sueño de eternidad. Gasta millones de dólares para conseguirlo y está dispuesto a sacrificar todo su imperio, a renunciar a la mujer amada y a darlo todo a cambio, pero al borde del éxito Crane se humaniza y, dándose cuenta de lo inútil de su esfuerzo, renuncia a su sueño imposible.

MI COMENTARIO:
En 1976, Judd Crane, empresario norteamericano de 42 años, el hombre más rico del mundo, recurre a las oficinas de la doctora Zabiski, situada en Yugoslavia; su objetivo: realizar el tratamiento para alcanzar la inmortalidad. Zabiski es famosa en el mundo por haber alargado la vida de personajes como Stalin y el papa. Crane confía en que ella conozca la forma de acceder a la vida eterna. Mientras transcurre la entrevista, son espiados por Nicolai, alto agente de la KGB, que encomienda a Sofía Ivancich, su amante, que seduzca a Crane y logre infiltrarse en su empresa.

—Las industrias Crane no sólo son el complejo industrial más grande del planeta [le dice Nicolai a Zabiski], sino que además son la fuente de abastecimiento de mayor variedad de productos del gobierno norteamericano. Desde artículos para oficinas, hospitales, hasta equipamiento aeroespacial y armamento pesado.
Desde años que estamos intentando infiltrarnos en el cuerpo ejecutivo de la compañía. Sin resultado. Debido a que Judd es el propietario y único director. Él lo decide todo y sus ayudantes se limitan a cumplir órdenes. La persona que consigue trabajar con él acaba necesariamente sabiendo más acerca de las directrices políticas y planes de Estados Unidos que el propio presidente.

Sofía, como médica especializada en gerontología y geriatría, acompaña a Judd en su viaje. Ingresa así al mundo íntimo del multimillonario, donde las drogas, el sexo y los altos negocios son ingredientes habituales.

[...] ¿Tiene cocaína? [pregunta Sofía].
Él asintió.
—¿Me da un poquito? —Ella notó que él vacilaba—. No se preocupe. Es sólo para despejarme. No quiero echarme a dormir tan pronto.
Él fue a su dormitorio y volvió con el frasco de oro. Le dio vueltas con los dedos y lo golpeó ligeramente por los lados; el tapón de plástico se llenó de polvo blanco.
—Es como una jeringa —le dijo él—. Métaselo en un orificio de la nariz, apriete el fondo y aspire.
—¡Qué complicado! —exclamó ella—. ¿Me lo puede hacer usted?
Le puso el frasco contra la nariz.
—Aspire —le recomendó, apretando el émbolo. Ella inhaló y él se apresuró a poner el frasco en el otro orificio de la nariz.
—¡Vuelva a hacerlo!
La joven quedó inmovilizada unos segundos, luego se volvió a él con los ojos muy abiertos y brillantes.
—He sentido cómo me subía al cerebro —explicó.
Él se rió.
—Sí, a veces pasa.
—Ahora he entrado realmente en calor —añadió ella—. Tengo los pezones endurecidos y ardiendo.
Él la observó en silencio.
—No me cree —insistió ella.
—La creo —replicó él, sonriendo.
—Se burla de mí —repuso ella. Se bajó la cremallera del mono hasta los senos—. ¿Me cree ahora? —le preguntó.
Tenía los pechos duros e hinchados, con los pezones morados y erizados, como pinchos. Él la miró a la cara.
—Muy hermosos.
—Tóqueme —sugirió ella con voz seca—. Tóqueme, se lo ruego, o me da un orgasmo solitario como me ha estado sucediendo durante los pasados cinco años.

La habitualidad de drogarse (es gracioso cómo se menciona a la Coca Cola como un estimulante más). La habitualidad de negociar compras y ventas de empresas por millones de dólares. La habitualidad en la búsqueda del orgasmo. Robbins crea en esta novela una especie de utopía de los ricos, a los que le falta únicamente la inmortalidad. Lo hace con un relato frío, paciente, casi didáctico; es lo que más me gustó de la novela: esa atmósfera artificial que hace pensar en las películas de ciencia ficción de los ’70. Sin embargo, le reprocho que no haya explotado ese mundo feliz de una forma más descarada. El descenso de Xanadú daba para una historia más rutilante y pirotécnica, llena de situaciones fascinantes y bizarras alrededor de la vida de ese magnate y sus acompañantes. Robbins en general se limita a seguir a sus personajes en sus charlas y movimientos cotidianos, remarcando una medianía cobijada en la opulencia. Hay cierto clima otoñal en este relato: el autor ya había escrito lo mejor de su obra y en los ’80 se conformó con poner el piloto automático en su carrera. Gran consumidor de cocaína, pareciera sufrir aquí el desgaste de su adicción, aunque es una simple conjetura. Hay atentados contra Crane, constantes cambios de escenarios, el embarazo de Sofía y la clandestinidad de su hijo, la construcción del fastuoso complejo Xanadú, la búsqueda y encuentro de un extraño gurú new age que puede tener la clave para terminar la experiencia de Zabiski (pero que resulta otro espía de la KGB)... Sin embargo, lo que importa es ese ambiente de conformismo y morosa evolución interior, que lleva a Judd a unirse a Sofía en el final de la novela, aceptando el amor (y la fatalidad) por encima de su anhelo de inmortalidad.

«Para Judd:
»Recuerda.
»La vida es para los vivos.
»La inmortalidad para la historia.
»Con amor,
Sofía»

Una lectura aceptable que deja ganas de más. Los lectores de Robbins, al igual que sus personajes, se vuelven insaciables.

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