Autor: Harold Robbins (1916-1997)
Título
original: Descent
from Xanadu (1984)
Traducción: Helena Valentí Petit
Cubierta: Jordi Vallhonesta
(diseño); The Image Bank (foto)
Editor: Editorial Planeta (Barcelona)
Edición: 1ª ed. en esta colección
Fecha de edición: 1995-04
Serie: Planeta bolsillo #54
ISBN:
978-84-08-01426-3 (84-08-01426-9)
Depósito legal: B. 9.598-1995
Estructura: 2 libros, 28 y 25
capítulos, índice
Información sobre impresión:
Papel:
Offset Editorial Ahuesado, de Clariana, S.A.
Impresión:
Duplex, S.A.
Encuadernación:
Serveis Gràfics 106, S.L.
Información de cubierta:
La
eterna lucha para vencer la vejez y la muerte.
Información de contracubierta:
Harold Robbins, cuyo verdadero nombre es
Francis Kane, nació en Nueva York en 1916, y ya en los años cuarenta se
convirtió en uno de los más famosos autores de bestsellers del mundo entero. Al
gran éxito de su primera novela, No amarás a un extraño (1948),
siguió Traficantes de sueños (1949), Una
lápida para Danny Fisher (1952), El
pirata (1974), Los sueños mueren
primero (1977) y Adiós, Janette (1980).
Judd Crane, hombre fabulosamente rico, está
obsesionado por alcanzar la inmortalidad y resuelto a vencer a la muerte cueste
lo que cueste. Lo tiene todo: dinero, poder y mujeres. Desde su lujoso 747
domina un inmenso imperio financiero: industrias y gobiernos. Todo lo puede
comprar, quizá incluso la vida eterna.
Pero Judd Crane no acata las leyes comunes de
la vida y de la vejez, como tampoco acata las reglas que rigen el mundo de los
negocios o del sexo. Asistido por una hermosa doctora y por expertos en
gerontología, el protagonista se enzarza en una peligrosa aventura en busca del
método para triunfar sobre la vejez y la muerte.
La busca de la inmortalidad le conduce a
diferentes países como Yugoslavia, China y Brasil, en cuya selva construye una
secreta ciudad atómica desde donde pretende lograr su sueño de eternidad. Gasta
millones de dólares para conseguirlo y está dispuesto a sacrificar todo su
imperio, a renunciar a la mujer amada y a darlo todo a cambio, pero al borde
del éxito Crane se humaniza y, dándose cuenta de lo inútil de su esfuerzo,
renuncia a su sueño imposible.
MI COMENTARIO:
En 1976, Judd Crane, empresario norteamericano
de 42 años, el hombre más rico del mundo, recurre a las oficinas de la doctora
Zabiski, situada en Yugoslavia; su objetivo: realizar el tratamiento para
alcanzar la inmortalidad. Zabiski es famosa en el mundo por haber alargado la
vida de personajes como Stalin y el papa. Crane confía en que ella conozca la
forma de acceder a la vida eterna. Mientras transcurre la entrevista, son
espiados por Nicolai, alto agente de la KGB, que encomienda a Sofía Ivancich,
su amante, que seduzca a Crane y logre infiltrarse en su empresa.
—Las
industrias Crane no sólo son el complejo industrial más grande del planeta [le dice Nicolai a Zabiski], sino
que además son la fuente de abastecimiento de mayor variedad de productos del
gobierno norteamericano. Desde artículos para oficinas, hospitales, hasta
equipamiento aeroespacial y armamento pesado.
Desde
años que estamos intentando infiltrarnos en el cuerpo ejecutivo de la compañía.
Sin resultado. Debido a que Judd es el propietario y único director. Él lo
decide todo y sus ayudantes se limitan a cumplir órdenes. La persona que
consigue trabajar con él acaba necesariamente sabiendo más acerca de las
directrices políticas y planes de Estados Unidos que el propio presidente.
Sofía, como médica especializada en
gerontología y geriatría, acompaña a Judd en su viaje. Ingresa así al mundo
íntimo del multimillonario, donde las drogas, el sexo y los altos negocios son
ingredientes habituales.
[...]
¿Tiene cocaína? [pregunta Sofía].
Él
asintió.
—¿Me da
un poquito? —Ella notó que él vacilaba—. No se preocupe. Es sólo para
despejarme. No quiero echarme a dormir tan pronto.
Él fue a
su dormitorio y volvió con el frasco de oro. Le dio vueltas con los dedos y lo
golpeó ligeramente por los lados; el tapón de plástico se llenó de polvo
blanco.
—Es como
una jeringa —le dijo él—. Métaselo en un orificio de la nariz, apriete el fondo
y aspire.
—¡Qué
complicado! —exclamó ella—. ¿Me lo puede hacer usted?
Le puso
el frasco contra la nariz.
—Aspire
—le recomendó, apretando el émbolo. Ella inhaló y él se apresuró a poner el
frasco en el otro orificio de la nariz.
—¡Vuelva
a hacerlo!
La joven
quedó inmovilizada unos segundos, luego se volvió a él con los ojos muy
abiertos y brillantes.
—He
sentido cómo me subía al cerebro —explicó.
Él se
rió.
—Sí, a
veces pasa.
—Ahora
he entrado realmente en calor —añadió ella—. Tengo los pezones endurecidos y
ardiendo.
Él la
observó en silencio.
—No me
cree —insistió ella.
—La creo
—replicó él, sonriendo.
—Se
burla de mí —repuso ella. Se bajó la cremallera del mono hasta los senos—. ¿Me
cree ahora? —le preguntó.
Tenía
los pechos duros e hinchados, con los pezones morados y erizados, como pinchos.
Él la miró a la cara.
—Muy
hermosos.
—Tóqueme
—sugirió ella con voz seca—. Tóqueme, se lo ruego, o me da un orgasmo solitario
como me ha estado sucediendo durante los pasados cinco años.
La habitualidad de drogarse (es gracioso cómo se menciona a la Coca Cola como un estimulante más). La habitualidad
de negociar compras y ventas de empresas por millones de dólares. La
habitualidad en la búsqueda del orgasmo. Robbins crea en esta novela una
especie de utopía de los ricos, a los que le falta únicamente la inmortalidad.
Lo hace con un relato frío, paciente, casi didáctico; es lo que más me gustó de
la novela: esa atmósfera artificial que hace pensar en las películas de ciencia
ficción de los ’70. Sin embargo, le reprocho que no haya explotado ese mundo
feliz de una forma más descarada. El
descenso de Xanadú daba para una historia más rutilante y pirotécnica,
llena de situaciones fascinantes y bizarras alrededor de la vida de ese
magnate y sus acompañantes. Robbins en general se limita a seguir a sus
personajes en sus charlas y movimientos cotidianos, remarcando una medianía
cobijada en la opulencia. Hay cierto clima otoñal en este relato: el autor ya
había escrito lo mejor de su obra y en los ’80 se conformó con poner el piloto
automático en su carrera. Gran consumidor de cocaína, pareciera sufrir aquí el
desgaste de su adicción, aunque es una simple conjetura. Hay atentados contra
Crane, constantes cambios de escenarios, el embarazo de Sofía y la
clandestinidad de su hijo, la construcción del fastuoso complejo Xanadú, la
búsqueda y encuentro de un extraño gurú new
age que puede tener la clave para terminar la experiencia de Zabiski (pero
que resulta otro espía de la KGB)... Sin embargo, lo que importa es ese
ambiente de conformismo y morosa evolución interior, que lleva a Judd a unirse
a Sofía en el final de la novela, aceptando el amor (y la fatalidad) por encima
de su anhelo de inmortalidad.
«Para
Judd:
»Recuerda.
»La vida
es para los vivos.
»La
inmortalidad para la historia.
»Con amor,
Sofía»
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