Autor: Leonardo
Sciascia (1921-1989)
Título original: L’affaire Moro (1978)
Traducción:
Atilio Pentimalli
Editor: Argos
Vergara (Barcelona)
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición: 1979-01
Descripción física:
160 p.; 13x20 cm.: solapas
Serie: Libros de bolsillo Argos Vergara
ISBN: 978-84-7017-612-8 (84-7017-612-9)
Depósito legal: B.
1.087-1979
Estructura:
capítulos sin numeración
Información sobre impresión:
Impreso por Chimenos,
S.A., Carretera Nacional 152, Km. 26, Coll de la Manya, Granollers (Barcelona)
Información de cubierta:
Análisis del secuestro
y muerte de Aldo Moro, de los personajes y de la situación.
Información de contracubierta:
Desde su “prisión del
pueblo”, Aldo Moro envió cierto número de cartas a varios miembros de su
familia y a destacadas personalidades, cartas que fueron dadas a la luz
pública. A partir de ellas, Leonardo Sciascia no sólo reconstruye el “caso
Moro” en todo su enigma, sino que traza un revelador retrato de la Italia
contemporánea, al estilo del “suspense” político-policiaco que caracteriza a
los escritos más célebres del gran escritor siciliano.
Información de solapas:
Y es ahora como si dentro del Palacio... tan sólo Aldo Moro
siguiese deambulando: en esas habitaciones vacías, en esas habitaciones ya
desalojadas... Tarde, a destiempo y solo... Y había creído ser un guía. Tarde,
a destiempo y solo precisamente por ser el “menos implicado de todos”,
destinado a más enigmáticas y trágicas correlaciones.
Sobre el secuestro,
cautiverio y asesinato de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana de
Italia, es casi inútil hablar: no sólo porque el suceso está en la memoria
reciente de todos, sino también porque sus consecuencias —visibles y menos
visibles— están todavía vivas, en acción. O acaso ni siquiera se hayan desatado
todavía. Pero Leonardo Sciascia tuvo muy buenos motivos para hablar y escribir,
con la agudeza que lo caracteriza, y no tan sólo en su condición de libre
ciudadano que hace uso del derecho de opinión, sino en la de profeta
inesperadamente certero. Quienquiera que haya leído Todo modo y El Contexto, esas dos novelas de ficción político-policíaca en las que tan fácil
es percibir una penetrante crítica a la clase dirigente italiana, habrá notado
con asombro las innumerables analogías que más tarde la trágica realidad del
“caso Moro” iba ofreciéndonos. ¿Coincidencias? ¿Azar? De ninguna manera: en
aquellas novelas el escritor plasmaba magistralmente episodios, atmósferas,
personajes y “contextos” que, sin ser históricamente reales, eran posibles,
coherentes, verosímiles, terriblemente realistas en última instancia. Ante el
escepticismo y la sorna de los hombres demasiado ocupados en hacerse con el
poder o seguir controlándolo —escepticismo y sorna no desinteresados—, el
escritor, el “hombre de letras” (como ama definirse Sciascia) tenía razón una
vez más. Ahora Sciascia nos ofrece, en esta minuciosa, original, lúcida
reconstrucción y análisis de lo que realmente pudo haber ocurrido y de lo que
indudablemente ocurrió, un ejemplo palpitante de cómo la inteligencia puede y
debe desentrañar ese monstruoso engendro que nos rodea, esa maraña de mentiras,
medias verdades, intereses creados, instrumentaciones despiadadas, delirante
pugna, en otras palabras, por el poder a cualquier costo. Y Sciascia, sin caer
jamás en la oratoria demagógica ni en el tremendismo alucinado de los
fustigadores de las costumbres, señala implacablemente las evidencias. Escribe:
Bayle opinaba que una república de buenos cristianos no hubiera podido
durar. Montesquieu corregía: “Una república de buenos cristianos no puede
existir”. Pero una república de buenos católicos puede existir y durar. Así.
Nacido en 1921, en la
provincia de Agrigento (Italia), Leonardo Sciascia se dio a conocer en su país
en 1955 con Crónicas Escolares,
historia de un pueblo siciliano. Todas sus obras, bajo una aparente
desenvoltura, denuncian los abusos de la aristocracia, del clero, de la mafia.
Su producción literaria consta hasta el presente de doce libros, los más
importantes de los cuales (Todo modo,
El contexto, Privilegio y poder) han sido traducidos al castellano.
MI COMENTARIO:
El libro comienza con el hallazgo que hace Sciascia en la
noche de una luciérnaga, lo que le lleva a recordar a Pier Paolo Pasolini de una forma tan
sentida como lúgubre:
Era verdaderamente una
luciérnaga; allí, en la grieta del muro. Me produjo una alegría intensa. Y como
duplicada. Y como desdoblada. La alegría de un tiempo reencontrado —la
infancia, los recuerdos, este mismo sitio, ahora silencioso, lleno de voces y
juegos— y de un tiempo que me correspondía hallar, inventar. Con Pasolini. Por
Pasolini. Pasolini ya fuera del tiempo, pero, en este país terrible en que
Italia se ha convertido, todavía no transformado en sí mismo («tel qu’en
lui-même enfin l’éternité le change»).
Fraternal y lejano, para mí, Pasolini. De una fraternidad sin confidencias,
velada de pudores y, creo, de recíprocas impaciencias. Por mi parte, sentía
como una pared que nos separase cierta palabra que él amaba, una palabra-clave
en su vida: la palabra «adorable». Es posible que yo haya escrito alguna vez
esta palabra, y ciertamente muchas veces la he pensado. Pero por una sola mujer
y por un solo escritor. Y el escritor —acaso es inútil decirlo— es Stendhal.
Pasolini, en cambio, encontraba «adorable» aquella parte de Italia que, para
mí, ya era desgarradora (pero también para él, al recordar un «adorables porque
desgarradores» de su libro Lettere luterane: y ¿cómo es posible adorar lo que nos desgarra?) y más adelante se
volvería terrible. Encontraba «adorables» a aquellos que, inevitablemente,
habían de ser instrumentos de su muerte. Y a través de sus escritos se podría
recopilar un pequeño diccionario de las cosas que para él eran «adorables» y
para mí tan sólo desgarradoras, y hoy terribles.
Con el correr de su lectura, el fantasma de Pasolini hace
sombra en los hallazgos y suposiciones que el autor va presentando. El magnicidio
de Moro, hasta hoy en día cubierto con un manto de brumas, es el faro con el
que Sciascia ilumina con una luz negra, apocalíptica, la Italia de entonces y
su clase política (sobre todo la democristiana). Toma un artículo que el
cineasta había publicado tres años antes, donde afirmaba que Moro, en
definitiva, era el democristiano menos implicado en los manejos turbios de su
partido. No duda en insinuar que la cadena de acontecimientos que rodearon su
muerte indica una conspiración superior al operativo de secuestro implementado
por el grupo terrorista Brigadas Rojas. El fallido rastrillaje policial, la
negativa de la plana mayor del partido democristiano en negociar un intercambio
de prisioneros, la intervención del papa, las crípticas referencias de Moro en
las cartas que envió desde su prisión a distintas personalidades y a su familia,
etc., son hechos que Sciascia aborda, a veces con intuición, a veces con gran
poder deductivo, componiendo un rompecabezas donde el político secuestrado es
el chivo expiatorio para detener el llamado “Compromiso histórico”, un pacto
que hubiera validado la intromisión del partido comunista en el manejo del
estado italiano, acuerdo que tuvo a Moro como su gran impulsor.
Sciascia se siente fascinado por el aspecto novelesco del
secuestro y asesinato; es como si fuera una historia demasiado buena para ser
lo que parece ser:
La sensación de que en
el affaire Moro todo ocurra, por decirlo
así, en literatura, proviene
principalmente de esa especie de fuga de los hechos, ese abstraerse de los
hechos —en el momento mismo en que ocurren y más aún al contemplarlos después
en su conjunto— en una dimensión de consecuencia imaginativa o fantástica
indefectible, de la que reiteradamente se desborda una constante y tenaz
ambigüedad. Por decirlo con una boutade:
se puede eludir la policía italiana —la policía italiana, tal como está
preparada, organizada y dirigida— pero no el cálculo de probabilidades. Y,
según las estadísticas divulgadas por el ministerio del Interior, referentes a
las operaciones llevadas a cabo por la policía durante el período que abarca
desde el secuestro de Moro hasta la aparición de su cadáver, ocurre que,
precisamente, las Brigadas rojas han eludido el cálculo de probabilidades. Lo
cual es verosímil, pero no puede ser verdadero y real.
En el fondo, Sciascia respondió a esta “ficción” con otra
novela. Hay numerosas referencias literarias, a Borges, a Poe, a Tolstoi;
Sciascia demuestra su amplia cultura de una manera contundente. Si bien no
plantea una historia de buenos y malos, descarga su indignación sobre la
Democracia Cristiana, mientras que tiende a ver el lado humano de los
terroristas, por ejemplo en el trato con Moro durante su secuestro, incluso
cuando afirma que su desenlace fue un fracaso político para las Brigadas Rojas;
dice no amarlos, pero parece exonerarlos por la vía de asignarles el destino de
los necios. Me pregunto si Sciascia sabía más de lo que escribió, si tenía
acceso a fuentes de información involucradas en el caso; en definitiva, si
también era partícipe, de alguna forma, de este oscuro juego político.
Hay dos puntos de El
caso Moro que esmerilan su estructura. Uno es el progresivo “angelamiento”
que hace Sciascia del secuestrado, como si la experiencia de éste en la “cárcel
del pueblo” hubiese sido un proceso de despertar espiritual que culminó en la
condena de los mecanismos del poder, de los que Moro se sirvió durante tres
décadas. Una visión, como mínimo, arriesgada. Aplica al caso una
visión muy foucaultiana de la prisión que padeció el ex primer ministro. Esa
obsesión por el ámbito carcelario que el filósofo francés instaló en el mundo
intelectual en los ’60, impregna los planteamientos del autor:
Comprender a los que
custodian a Moro y le entablan un proceso: en esa difícil, terrible
familiaridad cotidiana que inevitablemente se establece; en el intercambio de
palabras, ya sean coloquiales o de acusaciones y disculpas. En el consumir
juntos las comidas. En el sueño del prisionero y la vigilancia del carcelero.
En el ocuparse de la salud de ese hombre condenado a muerte. En el hecho de
leer sus misivas y el riesgo arrostrado, cada vez, para llevarlas a destino.
Innumerables pequeños gestos; innumerables palabras que inadvertidamente se
pronuncian, pero que provienen de los más profundos impulsos del alma; un
encontrarse las miradas en los momentos más desarmados; el imprevisible y
repentino intercambio de una sonrisa; los silencios... ¡Son tantas las cosas,
tantos los momentos que, día tras día —más de cincuenta— pueden brotar entre el
carcelero y el prisionero, el verdugo y la víctima, hermanándolos! Y hasta el
extremo de que el verdugo ya no puede ser verdugo.
Leyendo las cartas que se reproducen en el libro, veo a un
Moro incisivo, que busca un intercambio de prisioneros con el estricto fin de
salvarse de la muerte, pero sin resignar su carrera política y la conciencia de
su perfil histórico. No aparece, a mi entender, un Moro trasmutado, renacido a
partir de alguna iluminación recibida en su cautiverio. Su liberación está
circunscripta a preservar su vida, no a frenar la razón de estado, la
“estatolatría” como la llama Sciascia. Moro maquina y escribe para morir otro
día, no para dar las buenas nuevas de un mundo mejor.
Otro párrafo que me hizo ruido fue el siguiente:
Están frente a frente
dos estalinismos; y es por comodidad y actualidad que llamo estalinismo a una
cosa mucho más antigua, «la cosa» desde siempre manejada sobre la inteligencia
y el sentimiento de los hombres, para exprimirles dolor y sangre, por algunos
hombres no humanos. O, mejor aún: están enfrentadas las dos mitades de una
misma cosa, de «la cosa»; y se aproximan entre sí, lenta e inexorablemente,
para aplastar al hombre que está en medio. El estalinismo consciente,
abiertamente violento y despiadado de las Brigadas rojas que matan sin juicio
previo a los servidores del EIM (Estado Imperialista de las
Multinacionales, a decir de los brigadistas) y con juicio previo a los dirigentes; y el estalinismo subrepticio y
sutil que actúa sobre personas y hechos como sobre los palimpsestos: raspando
aquello que antes ahí se podía leer para escribirlo de nuevo tal como sirve en
el momento.
El cautiverio y asesinato de Moro fue un hecho atroz. Más
atroz sería el hecho que este desenlace fuera fruto de una conspiración de Giulio
Andreotti, la dirigencia democristiana, el espionaje norteamericano y el
Vaticano (lo que, en definitiva, insinúa Sciascia). Pero eso no amerita igualar
los tantos, poniendo en un mismo plano la ofensiva totalitaria de un grupo
terrorista y el estado democrático italiano, con todos sus defectos. Es curioso
que Sciascia en ningún momento mencione los términos “guerra fría” y “Unión
Soviética”, que no señale que Italia era una pieza central del juego entre los
bloques capitalista y comunista. El rechazo a las exigencias brigadistas fue
algo más que la defensa de la razón de estado: fue la defensa de la razón de
Occidente. Es duro decirlo, pero la muerte de Moro también puede verse como un
sacrificio necesario.
Esta Italia terrible, desgarradora de los años ’70, no
terminó en un apocalipsis. Sciascia murió en 1989, al mismo tiempo que caía el
muro de Berlín. El partido comunista italiano, el más grande de Occidente, en
poco tiempo se diluyó. Se sucedieron la Manu
pulite, el hundimiento de los partidos tradicionales, las dos tandas del
fenómeno Berlusconi... No puedo dejar de pensar, con algo de malicia, en el
abismo que existe (que siempre existió) entre el talento analítico y literario
de mentes como la de Sciascia, y el kraken de la realidad, de la agonística
política de todos los días, de las guerras secretas que la opinión pública sólo
puede entrever. El autor envuelve a su libro, casi sin querer, en un clima de
derrota. La de Pasolini, la de él. No quiere decir esto que sus mejores ideales
no puedan ser revitalizados, pero la intelectualidad actual parece ser incapaz
de hacerlo.
ADAPTACIÓN CINEMATOGRÁFICA:
Si bien Il
caso Moro, dirigida por Giuseppe Ferrara en 1986, está basada en el
libro I giorni dell’ira de Robert Katz, también tiene referencias a la obra
de Sciascia. Gian Maria Volontè hizo el papel de Aldo Moro, acompañado por Mattia
Sbragia, Margarita Lozano, Daniele Dublino, Enrica Maria Modugno, Bruno Zanin,
Consuelo Ferrara, Enrica Rosso, Piero Vida, Luciano Bartoli, Bruno Corazzari,
Daniela De Silva, Maurizio Donadoni, Danilo Mattei, Umberto Raho, Paolo Maria
Scalondro y Franco Trevisi. En español se conoció como El caso Moro.
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