Autor: Morris West
(1916-1999)
Título
original: Harlequin
(1974)
Traducción: Rosa Fragua Corbacho
Editor: Libros de Cabecera (Barcelona)
Fecha de edición: 2010-01
Descripción
digital: 1 ePub/1 PDF
ISBN: 978-84-936740-6-9; 978-84-937757-6-6 (uno es del epub, otro del PDF,
pero no pude identificar a cual corresponde cada uno)
Estructura: 10 capítulos
Vista previa:
Información en línea:
Paul
Desmond admira a su buen amigo George Arlequín por su linaje, exquisita
educación y fluidez en varias lenguas. Presidente de un prestigioso banco
europeo con sede en Ginebra, Arlequín pertenece a esa clase de caballeros en
extinción cuyo apretón de manos es una obligación. Pero los tiempos han
cambiado, y su mundo se ve amenazado por un ataque frontal y despiadado a
escala internacional.
Basil
Yanko, un hombre de negocios ambicioso y sin escrúpulos, quiere conseguir el
control de la compañía de Arlequín. Nada le detendrá en su oferta pública de
compra, utilizando incluso el asesinato para conseguir sus objetivos.
Ambientada en el mundo de las altas finanzas internacionales, es una novela
apasionante, fresca y entretenida, que mantiene toda su vigencia a pesar del
paso del tiempo.
Con una
nueva traducción del original, Libros de Cabecera ha recuperado este bestseller
de los años 70 para ponerlo al alcance de las nuevas generaciones.
Morris
West
Melbourne
1916-Sydney 1999. Con más de treinta libros publicados, es considerado el
escritor más leído de la historia literaria de Australia. Sus novelas han sido
traducidas a veintisiete idiomas y ha vendido 60 millones de ejemplares. Desde
el punto de vista literario, pasa por ser el creador del suspense eclesiástico
y de la intriga religiosa al alcance de las masas lectoras y aficionadas a la
pantalla.
En uno
de sus trabajos más famosos, Las sandalias del
pescador (1963), anticipó la elección de
un papa eslavo, 15 años antes de la asunción de Karol Wojtyla como Juan Pablo
II. De su larga bibliografía cabe destacar además El abogado del diablo (1959), La torre de Babel (1968), El verano del lobo rojo (1971), El navegante (1976), Proteus (1979) y Los bufones de Dios
(1981).
Fuente
web: Página de la edición de Libros de Cabecera
MI COMENTARIO:
La novela gira en torno de tres personajes:
George Arlequín, un banquero suizo que vive y atiende sus negocios en Nueva
York; Paul Desmond, su asistente de origen australiano; y Basil Yanko, dueño de
Creative Systems, una empresa informática que brinda sus servicios al mundo de
las finanzas. Yanko hace una oferta agresiva para comprar el banco de Arlequín,
propuesta que éste rechaza: existe la sospecha que Yanko quiere beneficiar a
grupos árabes vinculados al terrorismo. Se genera un conflicto de intereses que
termina con el asesinato de varias personas, entre ellas la esposa del
banquero, que lleva a la contratación de Aaron Bogdanovich, un aparente vendedor
de flores que trabaja para la inteligencia israelí.
La novela tiene un valor histórico por mostrar
la incipiente introducción de la informática en los grandes negocios y el clima
de cinismo y desconfianza de los 70, con el escándalo Watergate todavía caliente.
Sus partes más interesantes son los pasajes donde West da cuenta de ese
ambiente de desilusión y miedo. Por ejemplo, así describe Arlequín las
actividades de Yanko:
—[...]
Los proyectos más importantes de Creative Systems, lo que más le interesan personalmente
a Yanko, se refieren a dos campos relacionados: la documentación policial y lo
que cortésmente se llama control urbano. De lo que efectivamente se habla es de
la supervisión, documentación, control estratégico y manipulación de enormes
masas de personas en todos los continentes del globo. La instrumentación ya
existe, el personal ya se está entrenando, los sistemas existentes se están
ampliando y mejorando. No se utilizan simplemente contra los criminales, sino
contra disidentes políticos y, más aún, para decidir diariamente al destino de
la gente común. Conducen inevitablemente al terror, a la represión, al
contra-terror y a las cámaras de tortura. La compañía que proyecta tales
sistemas está en una situación de inmenso poder y privilegio en todas las
jurisdicciones, incluso bajo regímenes y sistemas opuestos. Ahora bien, si una
compañía así puede ingresar en el mercado internacional del dinero, si puede
manipular divisas y créditos, entonces tenemos un imperio que cabalga sobre
todas las fronteras geográficas... Hace mucho tiempo que veo evolucionar esta
situación. El año pasado hablé sobre esto en una reunión de banqueros, en
Londres. Procuré establecer la distinción entre el uso legítimo de la
computación y aquellos otros que constituyen una amenaza a la libertad
personal. Creo que el discurso se comentó mucho. Yo lo hice imprimir para que
circulara entre los amigos, pero no todos lo acogieron bien. Un ejemplar le fue
enviado a Yanko, quien jamás acusó el recibo. Ahora pienso que eso determinó su
actual estrategia contra la Compañía y contra mí.
En un mundo de desengaño, la figura de
Bogdanovich aparece como un faro en la noche:
Era
consentir con la locura, y yo lo sabía; pero en un mundo de lunáticos, los
locos estaban más seguros que los cuerdos. Estaban acostumbrados al caos,
esperaban lo monstruoso: bombas en la correspondencia, veneno en el agua, niños
decapitados en la calle, asesinatos en masa a manos de generales. Sabían que a
la gente le disparan en los aeropuertos, la violan en los ascensores, la
torturan profesionales pagados con dineros públicos. Era tan normal que los
presidentes mintieran como que los policías fueran perjuros y las compañías
telefónicas patrocinaran revoluciones.
En el
contexto de la insania colectiva, Aaron Bogdanovich era el más razonable de los
hombres. La fría matemática por la cual se regía era el único sistema viable en
un mundo de conflicto ético y donde la ley era imposible de respetar. Si Dios
no existía, o se iba de viaje por demasiado tiempo, sus reemplazantes lógicos
eran Aaron Bogdanovich y los de su especie. Hasta en el infierno había que
mantener el orden, y el terror era el más refinado de los instrumentos. No era
necesario usarlo con demasiada frecuencia; bastaba con exhibirlo mediante
constantes amenazas y algún ocasional ejemplo sangriento. El único recurso
contra él era un terror más intenso. Finalmente la Humanidad tenía que
someterse, aunque no fuera más que para vivir en paz bajo la clara luz de un
gélido desierto. Era una lógica de pesadilla, pero una vez aceptadas las
premisas, era imposible eludir la conclusión.
La novela va centrándose cada vez más en Paul
Desmond, sus dudas y miedos, su enamoramiento de la secretaria de Arlequín, sus
reflexiones:
No hacía
falta un ejercicio lógico muy exhaustivo para llegar a la conclusión de que
finalmente había que perder. La edad se adueñaba insidiosamente de uno, lo
rodeaban jóvenes valientes ávidos de triunfo. El dinero se convertía en un
monstruo enloquecido que se mordía la cola, que se autodevoraba hasta
extinguirse. La propiedad era algo que se hipotecaba para conseguir crédito
para comprar más propiedades para hipotecarlas y hacer más compras, para
capitalizarse finalmente por si la tortuosa ruta llegaba a un callejón sin
salida. Estábamos todos condenados a la eterna noria: un poco de vigilia, un
poco de sueño, una catarsis por el terror y la piedad, un poco de amor, mucha
soledad, y dos abluciones por día para poder sentirnos limpios aunque no lo
estuviéramos. Después, se llegaba a la etapa en que nos preguntábamos si no
estaríamos, simplemente, matando el tiempo hasta que el tiempo nos matara.
A todo esto, aparece Milo Frohm, alto agente
del FBI, que instruye a Desmond sobre la injerencia de la razón de estado en el
mundo de los negocios:
—...
Nuestro Departamento de Estado está de malas con los europeos porque están
haciendo contratos petroleros separados con los árabes. Los israelíes están
resentidos con los europeos porque los franceses y los noruegos han anulado su
red de espionaje y su sistema de información contra los terroristas. También
están resentidos con nosotros, porque se imaginan que hemos cedido demasiado en
las negociaciones para el alto el fuego. Este es el fondo contra el cual tienen
que ver ustedes su situación con Basil Yanko. Políticamente, para nosotros ha
sido útil; nos abrió accesos a Europa; consiguió atraer el dinero y la buena
voluntad de los árabes hacia nuestro país en vez de hacia Europa. Esto es alta
política y negocio a lo grande, lo que significa cierta cantidad de basura que
hay que esconder bajo la alfombra. Nosotros lo sabemos y, lamentablemente, lo
aceptamos si resulta y ponemos el grito en el cielo en caso contrario. Desde el
punto de vista político nos encantaría que Yanko pudiera comprar su compañía.
En realidad, nos fastidia enormemente que haya jugado un juego demasiado duro y
que usted se haya mostrado demasiado hábil, con lo que cada día aparece un
nuevo trapito al sol. En una palabra, señor Arlequín, ha provocado usted un
escándalo de primera en un momento en que, para nosotros, es llover sobre
mojado...
Si bien va tocando los grandes temas de los
años 70 (el terrorismo, las turbulencias financieras, la desilusión con el
sistema), Arlequín es un relato
bastante intimista, una búsqueda interior de la paz y de la felicidad a pesar
de todo. Cerca del final, ayudado por una violenta treta ideada por
Bogdanovich, Arlequín le gana la partida a Yanko; debería ser el tiempo de
festejar, pero el banquero hace una jugada digna de su apellido, dejando
abierta la puerta para que el juego no se detenga. Mientras Desmond transitó
durante la narración un camino hacia la conciencia ética y la aceptación de la
felicidad, su jefe, de manera opaca, hizo suya la pulsión de destrucción,
propia y la de sus allegados. Un final sorprendente para una novela ligera.
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