Autor: Roger
Peyrefitte (1907-2000)
Título original: Tableaux de chasse ou la vie extraordinaire
de Fernand Legros (1976)
Traducción: Patricio
Cantó y María J. Sobejano
Cubierta: Damià
Mathews (diseño de la col.); Ramiro Elena (foto)
Editor: Salvat
Editores (Barcelona)
Fecha de edición: 1988-05
Descripción física: 334 p.;
13x18,5 cm.
Serie: Colección
Novela y ocio #91
ISBN:
978-84-345-8558-4 (84-345-8558-8)
Depósito legal: NA.
531-1988
Estructura: prólogo,
7 partes
Información sobre
impresión:
Impresión: Gráficas
Estella, S.A. Estella (Navarra) - 1988
Información de contracubierta:
¿Quién es Fernand
Legros? Ex alumno de los jesuitas en El Cairo, bailarín profesional, agente
secreto de la CIA, embajador de varios países al mismo tiempo, casado y padre
de dos hijos, homosexual confeso, amigo inquietante de importantes personalidades.
Pero es, además, el rey indiscutido del comercio mundial de obras de arte,
hasta que se descubre la estafa por falsificación de cuadros más espectacular
del siglo XX. La historia real de este Casanova moderno es más fascinante e
imaginativa que una novela. Un personaje tan singular sólo podría ser descrito
por Roger Peyrefitte.
Roger Peyrefitte
(nacido en Castres, en 1907) es uno de los representantes más destacados de la
literatura francesa que hace gala de esprit. Su primer libro relataba la historia
amorosa de dos adolescentes en un internado católico: Las amistades
particulares (1945), libro escandaloso,
en su momento, que abrió un camino por el que discurriría el resto de su obra
(libros de viajes, narraciones autobiográficas, escándalos en la vida
diplomática, novelas históricas, ensayos sobre formas de vida, etc.). De entre
sus obras, Las embajadas (1951), Las
llaves de San Pedro (1955), Los
franceses (1970), La juventud de
Alejandro (1978), El ilustre escritor (1982).
MI COMENTARIO:
Si tuviera que elegir un título para este comentario
(cosa que no haré, pues no los titulo), me inclinaría por algo así como “El
hombre que descubrió la homosexualidad a la CIA”. Fernand Legros fue mucho más
que un espía (fue bailarín, embajador, traficante, lavador de dinero,
marchante, etc., etc., etc.), pero su vida no hubiera sido la que resultó sin haber
desarrollado la capacidad de enfrentar (y aprovechar) las ambigüedades de las
personas y de las situaciones, capacidad que los espías han utilizado durante milenios.
Fernand Charles Ernest Legros nació el 26 de enero de
1931 en Ismailía, Egipto. Hijo de padre francés y madre griega, sirio por parte
de su abuela, desde pequeño se inclinó por la homosexualidad, aunque durante su
vida tuvo amoríos con varias mujeres (incluso se casó y tuvo dos hijos).
También se volvió un antirracista convencido, lo que le permitirá en el futuro
relacionarse y obtener beneficios con personas importantes de los nacientes
países del Tercer Mundo.
A los veintidós años, instalado en Nueva York como
bailarín, conoce al sueco Dag Hammarskjöld, secretario general de las Naciones
Unidas. La CIA, al enterarse que era su amante, lo convence para que espíe al
diplomático, sospechoso de simpatizar con los revoltosos movimientos de
izquierda de la época. Deseoso de obtener la ciudadanía norteamericana, Fernand
acepta y recaba toda la información posible mientras dura la relación, es
decir, hasta la muerte de Hammarskjöld en un sospechoso accidente aéreo
ocurrido en África, del cual se salva gracias a un oportuno aviso de la Agencia.
Así comienza la carrera de espía de Legros, de la cual siempre estuvo
convencido: fue su pasaporte a la cultura y la prosperidad de EE.UU. y el
resguardo de sus actividades tanto públicas como ocultas.
Pronto se mete en el negocio de la venta de cuadros.
Demuestra unas inteligencia y astucia comerciales prodigiosas: sus ingresos
aumentan rápidamente, y no dejarán de aumentar en los próximos años. Sin
embargo, a finales de los 60 es acusado en Francia por la venta de cuadros
falsificados, acusación que le acarrearía muchos problemas, entre ellos varias
estadías en la cárcel, con las consecuentes huelgas de hambre e intentos de
suicidio. Peyrefitte, en su versión de los hechos, no lo condena, sino que
resalta la complejidad de esta actividad y la hipocresía con que se certifica
la autenticidad de los cuadros de artistas famosos. Legros puso todo su talento
para satisfacer la avidez por pinturas que servían tanto para llenar museos
como santuarios particulares. En el camino aceptó colaborar con personajes que
lo situaron bajo la mira judicial, sobre todo Elmyr de Hory, un húngaro que
abusó de su bondad y que lo traicionó acusándole de vender falsificaciones.
Este caso generó en su momento una gran polémica; finalmente, Legros fue
hallado culpable en 1979 y condenado a dos años de prisión.
Como espía, Fernand llevó a cabo aventuras dignas de
un film de James Bond (en versión gay, por supuesto). Por ejemplo, fue enviado
a la provincia china de Yunnan, donde debía convencer a su hombre fuerte, el
general Lou-Han, de detener el tráfico de armas al Vietcong. Logrado su
objetivo, en Cantón es tomado prisionero, pero logra escapar de su celda luego
de llevarse a la cama a su guardián. Ese poder de seducción que lo acompañó
toda su vida le permitió cumplir sus misiones exitosamente con hombres
homosexuales en varias partes del mundo.
Para mencionar a todos los personajes que aparecen en
el libro, se necesitaría adjuntar un índice de varias páginas. Legros conoce a
personalidades de varios países, desde ricachones de Texas hasta reyes de
Arabia. A esto le ayuda el haber sido nombrado embajador por varios países
africanos y latinoamericanos, cuyos presidentes y dictadores estaban
interesados en adquirir cuadros famosos. Se vuelve amigo de Howard Hughes, al
que encuentra por casualidad en una ruta del desierto de Nevada. Hughes le
enseña técnicas para lavar dinero sucio; Legros lo ayuda a prohibir una falsa
biografía que sobre el multimillonario escribe el periodista Clifford Irving.
La parte más polémica de la vida de este marchante fue
su pasión por los adolescentes. En el transcurso de su carrera fue encontrando
y seduciendo a muchos menores de edad, haciéndose cargo de algunos de ellos. Lo
acompañaban en sus viajes y convivían entre sí en los lugares que Legros elegía
para vivir o vacacionar. Algunos terminaron traicionándolo y armando causas
judiciales en su contra, lo cual no lo amedrentó en seguir buscando el placer de
los muchachos. Roger Peyrefitte, pedófilo declarado, no puede más que seguir
con gusto las andanzas sexuales de Legros. Pocas veces hubo tanta
compenetración entre biógrafo y biografiado.
La historia que cuenta Peyrefitte es monumental. No es
completa (ya que termina en 1974, bastante antes de la muerte de Fernand en
1983), pero es más que suficiente para sobresaltarse con una vida que conjugó
algunas de los fenómenos más distintivos del siglo XX. Legros fue un militante
del capitalismo, de Estados Unidos y de Occidente, pero siempre conservó su
espíritu greco-oriental, aventurero y sensual, sirviendo con el mismo fervor a
sus deseos tanto como a sus jefes de la CIA.
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