Autor: Harold Robbins
(1916-1997)
Título original: Descent from Xanadu (1984)
Traducción: Helena Valentí Petit
Cubierta: Hans Homberg (diseño
de cub.); AISA (foto); Jordi Royo (realización)
Editor: Editorial Sudamericana-Planeta
(Buenos Aires)
Fecha
de edición: 1984-11
Descripción física: 269 p.; 13x21 cm.
Serie: Serie Oro / Borràs
Betriu, Rafael (dir.)
ISBN: 978-950-37-0096-9 (950-37-0096-5)
Estructura: 2 libros, 28 y 25
capítulos
Información
sobre impresión:
Esta edición se
terminó de imprimir
en los Talleres
Gráficos TALGRAF
Talcahuano 638 -
Buenos Aires - Argentina
en el mes de
Noviembre de 1984
Información
de contracubierta:
Harold Robbins, cuyo
verdadero nombre es Francis Kane, nació en Nueva York en 1916, y ya en los años
cuarenta se convirtió en uno de los más famosos autores de best-sellers del
mundo entero.
Sólo el propio
Robbins podía superar la emoción de Los aventureros o la sensualidad de Adiós, Janette. Lo ha conseguido en El descenso de Xanadú, la novela más emocionante del autor que osa adentrarnos en el centro
de nuestros más secretos deseos: vivir para siempre. Adentrarnos en la historia
de uno de los personajes más escandalosos, Judd Crane, hombre obsesionado por
alcanzar la inmortalidad, hombre fabulosamente rico que está resuelto a vencer
a la muerte cueste lo que cueste...
Crane lo tiene todo:
dinero, poder, mujeres. Desde su lujoso 747 domina un inmenso imperio
financiero: industrias y gobiernos. Todo lo puede comprar, quizá incluso la
vida eterna.
Sin escrúpulos, de un
magnetismo sexual irresistible, muy inteligente, Judd Crane no acata las leyes
comunes de la vida y la vejez, como tampoco acata las reglas que rigen el mundo
de los negocios o del sexo. Asistido de una hermosa doctora, protegida de los
expertos mundiales en gerontología, Crane se enzarza en una peligrosa aventura
en busca del método para triunfar de la vejez y la muerte, y el lector se verá
transportado a un alucinante mundo de lujo, de pasión y de intriga.
La búsqueda de la
inmortalidad conduce a Crane a países como Yugoslavia, China y Brasil, en cuya
selva construye una secreta ciudad atómica desde donde pretende regir su
imperio financiero y los laboratorios donde él en persona se ha sometido a los
más peligrosos experimentos científicos... todo para no envejecer, para no
morir.
MI
COMENTARIO:
En 1976, Judd Crane, empresario norteamericano de 42 años, el hombre más
rico del mundo, recurre a las oficinas de la doctora Zabiski, situada en
Yugoslavia; su objetivo: realizar el tratamiento para alcanzar la inmortalidad.
Zabiski es famosa en el mundo por haber alargado la vida de personajes como
Stalin y el papa. Crane confía en que ella conozca la forma de acceder a la
vida eterna. Mientras transcurre la entrevista, son espiados por Nicolai, alto
agente de la KGB, que encomienda a Sofía Ivancich, su amante, que seduzca a
Crane y logre infiltrarse en su empresa.
—Las industrias Crane
no sólo son el complejo industrial más grande del planeta [le dice Nicolai a
Zabiski], sino que además son la fuente
de abastecimiento de mayor variedad de productos del gobierno norteamericano.
Desde artículos para oficinas, hospitales, hasta equipamiento aeroespacial y
armamento pesado.
Desde años que
estamos intentando infiltrarnos en el cuerpo ejecutivo de la compañía. Sin
resultado. Debido a que Judd es el propietario y único director. Él lo decide
todo y sus ayudantes se limitan a cumplir órdenes. La persona que consigue
trabajar con él acaba necesariamente sabiendo más acerca de las directrices
políticas y planes de Estados Unidos que el propio presidente.
Sofía, como médica especializada en gerontología y geriatría, acompaña a
Judd en su viaje. Ingresa así al mundo íntimo del multimillonario, donde las
drogas, el sexo y los altos negocios son ingredientes habituales.
[...] ¿Tiene cocaína?
[pregunta
Sofía].
Él asintió.
—¿Me da un poquito?
—Ella notó que él vacilaba—. No se preocupe. Es sólo para despejarme. No quiero
echarme a dormir tan pronto.
Él fue a su
dormitorio y volvió con el frasco de oro. Le dio vueltas con los dedos y lo
golpeó ligeramente por los lados; el tapón de plástico se llenó de polvo
blanco.
—Es como una jeringa
—le dijo él—. Métaselo en un orificio de la nariz, apriete el fondo y aspire.
—¡Qué complicado!
—exclamó ella—. ¿Me lo puede hacer usted?
Le puso el frasco
contra la nariz.
—Aspire —le
recomendó, apretando el émbolo. Ella inhaló y él se apresuró a poner el frasco
en el otro orificio de la nariz.
—¡Vuelva a hacerlo!
La joven quedó
inmovilizada unos segundos, luego se volvió a él con los ojos muy abiertos y
brillantes.
—He sentido cómo me
subía al cerebro —explicó.
Él se rió.
—Sí, a veces pasa.
—Ahora he entrado
realmente en calor —añadió ella—. Tengo los pezones endurecidos y ardiendo.
Él la observó en
silencio.
—No me cree —insistió
ella.
—La creo —replicó él,
sonriendo.
—Se burla de mí
—repuso ella. Se bajó la cremallera del mono hasta los senos—. ¿Me cree ahora?
—le preguntó.
Tenía los pechos
duros e hinchados, con los pezones morados y erizados, como pinchos. Él la miró
a la cara.
—Muy hermosos.
—Tóqueme —sugirió
ella con voz seca—. Tóqueme, se lo ruego, o me da un orgasmo solitario como me
ha estado sucediendo durante los pasados cinco años.
La habitualidad de drogarse. La habitualidad de negociar compras y
ventas de empresas por millones de dólares. La habitualidad en la búsqueda del
orgasmo. Robbins crea en esta novela una especie de utopía de los ricos, a los
que le falta únicamente la inmortalidad. Lo hace con un relato frío, paciente,
casi didáctico; es lo que más me gustó de la novela: esa atmósfera artificial
que hace pensar en las películas de ciencia ficción de los ’70. Sin embargo, le
reprocho que no haya explotado ese mundo feliz de una forma más descarada. El descenso de Xanadú daba para una
historia más rutilante y pirotécnica, llena de situaciones fascinantes y
bizarras alrededor de la vida de este magnate y sus acompañantes. Robbins en
general se limita a seguir a sus personajes en sus charlas y movimientos
cotidianos, remarcando una medianía cobijada en la opulencia. Hay cierto clima
otoñal en este relato: el autor ya había escrito lo mejor de su obra y en los
’80 se conformó con poner el piloto automático en su carrera. Gran consumidor
de cocaína, pareciera sufrir aquí el desgaste de su adicción, aunque es una
simple conjetura. Hay atentados contra Crane, constantes cambios de escenarios,
el embarazo de Sofía y la clandestinidad de su hijo, la construcción del
fastuoso complejo Xanadú, la búsqueda y encuentro de un extraño gurú new age que puede tener la clave para
terminar la experiencia de Zabiski (pero que resulta otro espía de la KGB)...
Sin embargo, lo que importa es ese ambiente de conformismo y morosa evolución
interior, que lleva a Judd a unirse a Sofía en el final de la novela, aceptando
el amor (y la fatalidad) por encima de su anhelo de inmortalidad.
«Para Judd:
»Recuerda.
»La vida es para los
vivos.
»La inmortalidad para
la historia.
»Con
amor,
Sofía»
Una lectura aceptable que deja ganas de más. Los lectores de Robbins, al
igual que sus personajes, se vuelven insaciables.
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