Autor: Morris West (1916-1999)
Título
original: Harlequin
(1974)
Traducción: Marta I. Guastavino
Cubierta: Joan Farré
Editor: Editorial Pomaire (Barcelona)
Fecha
de edición: 1975
Serie: Colección de bolsillo
ISBN: 978-84-286-0477-2 (84-286-0477-0)
Depósito legal: B. 40.634-1975
Estructura: 10 capítulos
Información
sobre impresión:
Impreso
y encuadernado por
Printer industria gráfica sa - Tuset, 19 - Barcelona
San
Vicente dels Horts - 1975
Información
de contracubierta:
Una
exploración en la jungla de las empresas multinacionales
Morris
West, el gran novelista australiano, explora en Arlequín la violenta jungla de
las empresas multinacionales, verdaderos Estados dentro de los Estados;
dirigidas por príncipes de las finanzas a cuyo lado parecen juegos de niños las
maquiavélicas maquinaciones de los Borgia y los Médicis.
Una
novela de acción como la que más, Arlequín posee también esa otra dimensión que
Morris West sabe introducir en todas sus obras: la profundidad psicológica,
política y social de nuestro tiempo. Campea en esta obra llena de violencia una
pregunta tan inquietante como profética: ¿puede un hombre, en una sociedad sin
ley, ejercer la justicia con sus propias manos? ¿en un mundo enloquecido no
será Arlequín, el Payaso, quien posee las últimas respuestas?...
MI COMENTARIO:
La novela gira en torno de tres personajes:
George Arlequín, un banquero suizo que vive y atiende sus negocios en Nueva
York; Paul Desmond, su asistente de origen australiano; y Basil Yanko, dueño de
Creative Systems, una empresa informática que brinda sus servicios al mundo de
las finanzas. Yanko hace una oferta agresiva para comprar el banco de Arlequín,
propuesta que éste rechaza: existe la sospecha que Yanko quiere beneficiar a
grupos árabes vinculados al terrorismo. Se genera un conflicto de intereses que
termina con el asesinato de varias personas, entre ellas la esposa del
banquero, que lleva a la contratación de Aaron Bogdanovich, un aparente
vendedor de flores que trabaja para la inteligencia israelí.
La novela tiene un valor histórico por mostrar
la incipiente introducción de la informática en los grandes negocios y el clima
de cinismo y desconfianza de los 70, con el escándalo Watergate todavía
caliente. Sus partes más interesantes son los pasajes donde West da cuenta de
ese ambiente de desilusión y miedo. Por ejemplo, así describe Arlequín las
actividades de Yanko:
—[...] Los proyectos más importantes de
Creative Systems, lo que más le interesan personalmente a Yanko, se refieren a
dos campos relacionados: la documentación policial y lo que cortésmente se
llama control urbano. De lo que efectivamente se habla es de la supervisión,
documentación, control estratégico y manipulación de enormes masas de personas
en todos los continentes del globo. La instrumentación ya existe, el personal
ya se está entrenando, los sistemas existentes se están ampliando y mejorando.
No se utilizan simplemente contra los criminales, sino contra disidentes
políticos y, más aún, para decidir diariamente al destino de la gente común.
Conducen inevitablemente al terror, a la represión, al contra-terror y a las
cámaras de tortura. La compañía que proyecta tales sistemas está en una
situación de inmenso poder y privilegio en todas las jurisdicciones, incluso
bajo regímenes y sistemas opuestos. Ahora bien, si una compañía así puede
ingresar en el mercado internacional del dinero, si puede manipular divisas y
créditos, entonces tenemos un imperio que cabalga sobre todas las fronteras
geográficas... Hace mucho tiempo que veo evolucionar esta situación. El año
pasado hablé sobre esto en una reunión de banqueros, en Londres. Procuré
establecer la distinción entre el uso legítimo de la computación y aquellos
otros que constituyen una amenaza a la libertad personal. Creo que el discurso
se comentó mucho. Yo lo hice imprimir para que circulara entre los amigos, pero
no todos lo acogieron bien. Un ejemplar le fue enviado a Yanko, quien jamás
acusó el recibo. Ahora pienso que eso determinó su actual estrategia contra la
Compañía y contra mí.
En un
mundo de desengaño, la figura de Bogdanovich aparece como un faro en la noche:
Era consentir con la locura, y yo lo sabía;
pero en un mundo de lunáticos, los locos estaban más seguros que los cuerdos.
Estaban acostumbrados al caos, esperaban lo monstruoso: bombas en la
correspondencia, veneno en el agua, niños decapitados en la calle, asesinatos
en masa a manos de generales. Sabían que a la gente le disparan en los
aeropuertos, la violan en los ascensores, la torturan profesionales pagados con
dineros públicos. Era tan normal que los presidentes mintieran como que los
policías fueran perjuros y las compañías telefónicas patrocinaran revoluciones.
En el contexto de la insania colectiva, Aaron
Bogdanovich era el más razonable de los hombres. La fría matemática por la cual
se regía era el único sistema viable en un mundo de conflicto ético y donde la
ley era imposible de respetar. Si Dios no existía, o se iba de viaje por
demasiado tiempo, sus reemplazantes lógicos eran Aaron Bogdanovich y los de su
especie. Hasta en el infierno había que mantener el orden, y el terror era el
más refinado de los instrumentos. No era necesario usarlo con demasiada
frecuencia; bastaba con exhibirlo mediante constantes amenazas y algún
ocasional ejemplo sangriento. El único recurso contra él era un terror más
intenso. Finalmente la Humanidad tenía que someterse, aunque no fuera más que
para vivir en paz bajo la clara luz de un gélido desierto. Era una lógica de
pesadilla, pero una vez aceptadas las premisas, era imposible eludir la
conclusión.
La novela va centrándose cada vez más en Paul
Desmond, sus dudas y miedos, su enamoramiento de la secretaria de Arlequín, sus
reflexiones:
No hacía falta un ejercicio lógico muy
exhaustivo para llegar a la conclusión de que finalmente había que perder. La
edad se adueñaba insidiosamente de uno, lo rodeaban jóvenes valientes ávidos de
triunfo. El dinero se convertía en un monstruo enloquecido que se mordía la
cola, que se autodevoraba hasta extinguirse. La propiedad era algo que se
hipotecaba para conseguir crédito para comprar más propiedades para
hipotecarlas y hacer más compras, para capitalizarse finalmente por si la
tortuosa ruta llegaba a un callejón sin salida. Estábamos todos condenados a la
eterna noria: un poco de vigilia, un poco de sueño, una catarsis por el terror
y la piedad, un poco de amor, mucha soledad, y dos abluciones por día para
poder sentirnos limpios aunque no lo estuviéramos. Después, se llegaba a la
etapa en que nos preguntábamos si no estaríamos, simplemente, matando el tiempo
hasta que el tiempo nos matara.
A todo
esto, aparece Milo Frohm, alto agente del FBI, que instruye a Desmond sobre la
injerencia de la razón de estado en el mundo de los negocios:
—... Nuestro Departamento de Estado está de
malas con los europeos porque están haciendo contratos petroleros separados con
los árabes. Los israelíes están resentidos con los europeos porque los
franceses y los noruegos han anulado su red de espionaje y su sistema de
información contra los terroristas. También están resentidos con nosotros,
porque se imaginan que hemos cedido demasiado en las negociaciones para el alto
el fuego. Este es el fondo contra el cual tienen que ver ustedes su situación
con Basil Yanko. Políticamente, para nosotros ha sido útil; nos abrió accesos a
Europa; consiguió atraer el dinero y la buena voluntad de los árabes hacia
nuestro país en vez de hacia Europa. Esto es alta política y negocio a lo
grande, lo que significa cierta cantidad de basura que hay que esconder bajo la
alfombra. Nosotros lo sabemos y, lamentablemente, lo aceptamos si resulta y
ponemos el grito en el cielo en caso contrario. Desde el punto de vista
político nos encantaría que Yanko pudiera comprar su compañía. En realidad, nos
fastidia enormemente que haya jugado un juego demasiado duro y que usted se
haya mostrado demasiado hábil, con lo que cada día aparece un nuevo trapito al
sol. En una palabra, señor Arlequín, ha provocado usted un escándalo de primera
en un momento en que, para nosotros, es llover sobre mojado...
Si bien
va tocando los grandes temas de los años 70 (el terrorismo, las turbulencias
financieras, la desilusión con el sistema), Arlequín
es un relato bastante intimista, una búsqueda interior de la paz y de la
felicidad a pesar de todo. Cerca del final, ayudado por una violenta treta ideada
por Bogdanovich, Arlequín le gana la partida a Yanko; debería ser el tiempo de
festejar, pero el banquero hace una jugada digna de su apellido, dejando
abierta la puerta para que el juego no se detenga. Mientras Desmond transitó
durante la narración un camino hacia la conciencia ética y la aceptación de la
felicidad, su jefe, de manera opaca, hizo suya la pulsión de destrucción,
propia y la de sus allegados. Un final sorprendente para una novela ligera.
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