martes, 23 de mayo de 2017

ROGER MOORE: Adiós al último aventurero


Hace instantes, escucho que Roger Moore ha muerto. Muy triste, se me ocurren estas líneas.
Moore, en cierta forma, fue el último aventurero clásico del cine. Y cuando digo cine, me refiero a ese fenómeno de masas anterior a los ’90. Fue el heredero de los Scaramouche, de los Pimpinela Escarlata, de los héroes de capa y espada con que el cine fascinó a la gente desde sus inicios. Eso sí, siempre con un toque de ironía y autoparodia que le dieron a sus aventuras un encanto irrepetible (muy distinto de los héroes abrumados de las películas de acción que le siguieron). Además, creo que Moore representó como pocos ese “Tercer Renacimiento” cultural que va de los ’60 hasta fines de los ’80, un período fantástico donde todo parecía posible y donde la cultura pop dio lo mejor de sí. Tomó la parte ligera, alegre, hasta feliz, de ese estado de bienestar que parecía eterno. Su última película como Bond, A View to a Kill, fue una de las cumbres del cine camp.
Tuvo una carrera llena de altibajos, con los fracasos acumulados antes de encarnar a Simon Templar y después de dejar el papel de James Bond. Recibió muchas críticas, sobre todo por la impronta que le dio al personaje del agente 007. Yo, sin embargo, tengo una gran debilidad por el desparpajo que le dio a sus interpretaciones, por la fantasía que desprendía en cada movimiento y la felicidad que regalaba en cada sonrisa. El sesudo mundo intelectual y crítico siempre se sentirá incómodo con esas cosas.

Hasta siempre, querido Roger.

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